Empecé a leerlo cada sábado cuando él escribía en el diario El Comercio, hasta que desapareció su columna después de aquella en la que cuestionaba a un empresario quiteño. Escribí al buzón del director indagando las razones de la desaparición y no tuve respuesta: decidí no renovar mi suscripción a ese diario. Luego lo leía los fines de semana junto con la columna de José Hernández en el diario Hoy, hasta que el periódico fue “liquidado” en todos los sentidos. Posteriormente me enteré de que había creado el blog www.estadodepropaganda.com, donde mantenía sus disecciones sobre los ritos y personajes de la opereta política ecuatoriana, y desde entonces no me lo pierdo. Considero a Roberto Aguilar el cronista político nacional más agudo, una pluma fina, ingeniosa e inteligente, y uno de los ecuatorianos más valientes que no conozco personalmente.

“No todos somos Roberto Aguilar”. Su frontalidad es inigualable y él la sostiene con investigación minuciosa y argumentación no exenta de subjetividad, como es inevitable cuando se trata de cualquier opinión. Su coraje bordea la temeridad al desafiar el mandato de la intimidación, y su palabra es su solo instrumento para cuestionar a ese poder. Pero esa palabra no podía salir indemne en este país, y ha sido citado a una indagación preliminar ante la justicia, por supuestas injurias y calumnias en contra del titular de la Secom. Ante esto, Roberto ha respondido con las mismas razones por las que ha sido demandado y podría ser condenado (léase ‘Radiografía de un zapato’ en el blog mencionado). En ese escrito, el autor hace referencia a la tesis de doctorado con la que cuatro miembros de la familia Alvarado Espinel, incluyendo el demandante, obtuvieron su titulación.

La supuesta tesis circula en las redes sociales y empecé a leerla, pero tiré la toalla en la página 30 porque el escrito agrede la inteligencia de cualquier lector. Me resisto a creer que sea un documento auténtico y prefiero pensar que puede tratarse de un apócrifo. Porque no es posible que una universidad ecuatoriana haya concedido un doctorado a los perpetradores de tal mamotreto ilegible e impresentable en estos tiempos del CES, Ceaaces y Senescyt. Además, no puedo concebir que alguien tan inteligente como Rafael Correa haya confiado la coordinación de la administración pública y la política de la comunicación oficial en el Ecuador a dos personas que tendrían –presuntamente– notoria discapacidad para la escritura académica.

Trascendiendo la discusión por la autenticidad de dicha “tesis”, la crisis que enfrenta el gobierno del presidente Correa evidencia el error de sus infatuados asesores: suplantar la vieja práctica política por la empresa propagandística y el control de la comunicación pública. La estrategia ha fracasado irreversiblemente. Es hora de una renovación radical para llegar hasta 2017 preservando lo rescatable de la así llamada revolución ciudadana. Ello exige –entre muchas cosas– un reemplazo del desprestigiado círculo de poder que rodea a Rafael Correa, incluyendo aquellos a quienes Aguilar ha dedicado sus páginas más incisivas, por caras realmente nuevas. Ello quizás aplacaría la protesta quiteña, que tumbó al menos dos presidentes en la historia reciente, y que tendría una razón adicional para seguir en las calles si Roberto Aguilar es condenado. (O)