Como un granito de arena dentro de este inmenso mar de agradecimientos de nuestro pueblo, a ese gran ser humano que irradia paz, fe y esperanza y que hoy nos visita, quiero contribuir a través de estas líneas dedicadas al papa Francisco para dar respuesta a una interrogante que muchos en algún momento se han hecho sobre el rostro de Dios.

Mirando al firmamento cierto día mi mente invocó al Creador, sentí que desde arriba Él me veía y en lo profundo de mi interior surgió una interrogación, yo quería saber qué rostro tenía Dios, ¿sería acaso blanco o tendría piel amarilla o rosa a lo mejor...?, ¿o su rostro sería tal vez multicolor? De pronto oí una voz que dijo dulcemente: ‘He aquí el rostro de Dios’, cuál no sería mi asombro al poder contemplar que era a mí similar, tal vez dos gotas de agua no eran tan igual. “¿Qué causa tu sorpresa?”, me reprochó, “si sabes que a su imagen y semejanza Dios te ha creado. No importa la apariencia ni tampoco el color. Sea niño, joven, anciano, mujer o varón... No importa si es sabio o ha perdido la razón. Si es poderoso, santo, mendigo o ladrón”. No sé si fue un sueño o solo una ilusión, pero en ese momento mi alma comprendió que en todo ser humano está el rostro de Dios. (O)

Luis Eduardo Andrade Mendoza,
Guayaquil