Conversar con el arzobispo de Guayaquil en los días previos a la visita del papa Francisco, no parecía tarea fácil, pero me equivoqué. Monseñor Antonio Arregui me atendió en una mañana de sábado, aparentemente sin prisa. El tema, por supuesto, era el próximo encuentro con el pontífice.

En algunas circunstancias relacionadas con la preparación de la recepción y de la agenda, hemos visto a funcionarios gubernamentales, por eso la conversación nos lleva a definir hasta dónde es una visita de Estado y desde dónde una visita pastoral. Monseñor Arregui anota que una visita de Estado es el encuentro de dos mandatarios para tratar asuntos de interés de cada uno de sus países, por eso firman acuerdos, hacen declaraciones conjuntas, trazan hojas de ruta. El papa es jefe de un Estado pequeño, más pequeño que el Parque Samanes, pero de una gran fuerza simbólica, allí empieza la diferencia. La existencia de ese Estado garantiza la independencia de la Iglesia frente a cualquier poder político, pero su quehacer es diferente; eso se nota, dice, en el cambio que se hace en el protocolo, por ejemplo en este caso, se elimina la revista a las tropas, porque la presencia del papa es para trasmitir un mensaje de paz. También se ha pedido que los policías encargados de la seguridad en el lugar en que se celebrará la Eucaristía no estén armados porque en ese momento ese lugar de encuentro del papa con los fieles y de todos con Jesús, se convierte en un templo.

Eso sí, aclara, el papa Francisco destinará un momento a saludar al jefe del Estado que visita y en este caso, además, agradecerá por el gran apoyo logístico que han recibido.

En este punto, aclara que una visita pastoral es muy distinta. “Se trata de una tarea apostólica, un acontecimiento de gracia que reproduce la singular y maravillosa visita por la cual el supremo pastor y obispo de nuestras almas, Cristo Jesús, ha visitado y redimido a su pueblo”. Lo dice de corrido con un claro tono afirmativo. Por la visita pastoral el obispo aparece como el principio y símbolo de la unidad de la Iglesia visible que se le ha encomendado, añade.

Explica que la visita pastoral es de origen apostólico, que en los Hechos de los Apóstoles se relata que San Pablo iba de una iglesia a otra y se mantenía comunicado con ellas. La realizan todos los obispos que, cada cinco años, recorren las parroquias de su diócesis, la celebración de la Eucaristía con la comunidad, es el momento central de la visita, en la que se sella la unidad de la fe. Pero antes hay un encuentro con el Consejo Parroquial y los grupos que trabajan en las distintas obras apostólicas que hay en la parroquia. Es una oportunidad en la que el obispo se vuelve accesible, la gente puede plantearle sus problemas, sus quejas, incluso se recorre la parroquia a pie y se visitan las distintas obras: escuelas, ancianatos, centros médicos, etcétera. Cuando se termina la visita se escribe una carta en la que se indican los resultados, conclusiones y recomendaciones, para animarles a seguir en su trabajo.

En el caso del papa, la visita pastoral es en dos dimensiones, en su propia diócesis que es la de Roma y en la iglesia universal. El papa Juan Pablo, como tuvo un largo pontificado, se dio tiempo para visitar todas las parroquias romanas. Ahora, el papa Francisco se reúne todos los días, con grupos de distintas parroquias que llegan hasta Santa Marta, lugar donde reside y celebra la Eucaristía. El párroco concelebra con él y al final conversa con todos sobre la situación de la parroquia, así, consigue el mismo efecto de contacto personal con los parroquianos.

Para hacer la visita a la iglesia universal, el factor tiempo es determinante y no le permite ir a todas partes y entonces debe fijar prioridades. Le pregunto con qué criterio se eligen los países que visita, responde que en América Latina ha mirado los países que están un poco más atrás en su desarrollo económico y social. Para él, estos encuentros son análogos a los que los obispos hacen a las parroquias, por eso se reunirá con diferentes grupos: de la sociedad civil, del mundo de la cultura, las personas de vida consagrada y los obispos del país. Pregunto cómo es la reunión con los obispos, responde que su experiencia le permite decir que es como una tertulia de familia, una conversación fluida y enriquecedora.

Pero, sin duda, el momento cumbre de la visita es la celebración de la Eucaristía que se realizará en el Parque Samanes, en Guayaquil, y en el Bicentenario, en Quito. No es lo mismo verlo por televisión, es una experiencia viva y directa en la que primero se escucha la palabra de Dios y luego se distribuye la Eucaristía como alimento.

Me inquieta saber cómo es la preparación de una visita pastoral, más allá de los temas logísticos, monseñor responde con detalle que lo más importante es la preparación espiritual y el análisis de la vivencia cristiana y los planes pastorales en cada parroquia; se ora más, se predispone el espíritu para un crecimiento que nos ayudará a salir de la inercia a la que puede llevarnos la rutina. Apunto que, sin embargo, lo que más se nota es el comercio alrededor del hecho y ciertas actitudes propias de la organización de otro tipo de reuniones. Monseñor Arregui tiene claro que la trivialización es inevitable, pero que la comunidad cristiana va a ser fortalecida en su fe y estimulada para crecer en ella.

¿Y después qué?, pregunto. Después trataremos de que efectivamente haya una continuidad en la misión apostólica y de hacerlo con alegría, como se dijo en la reunión de Aparecida y en lo que insiste el papa Francisco. Esperamos que se dinamice el afán misionero de la Iglesia. Sin embargo, hay personas que esperan que la realidad del país cambie después de esta visita, planteo. Monseñor es claro y optimista: el bienestar material no es responsabilidad de la Iglesia, sino del Estado, pero la vivencia religiosa da muchos estímulos para mejorar la vida social, vivir y aceptar el pluralismo pero con ánimo de construir una fraternidad más sólida en todo el Ecuador. Esperamos que también en eso haya una siembra que produzca mucho fruto. (O)

Monseñor es claro y optimista: el bienestar material no es responsabilidad de la Iglesia, sino del Estado, pero la vivencia religiosa da muchos estímulos para mejorar la vida social, vivir y aceptar el pluralismo pero con ánimo de construir una fraternidad más sólida en todo el Ecuador.