De autor anónimo, Florecillas de san Francisco circuló con éxito de lectura a mediados del siglo XIV, más de cien años después de muerto el santo de Asís, y es una deliciosa colección de anécdotas de Francisco contada por un contemporáneo de Boccaccio. Como los grandes textos de las letras universales, se trata de un libro cuyo mensaje compromete porque pone como ejemplares las peripecias de Francisco en su camino hacia la santidad: “¿De dónde te viene tanta soberbia, siendo una vilísima criatura?”, se interroga el santo, que proponía reconocer nuestra grandísima pequeñez humana.

Es muy difícil imaginar a una persona que sea capaz de cumplir el ideal de Francisco: una hermandad para practicar la pobreza absoluta, carecer de techo propio, trabajar a la buena de Dios, cuidar de los leprosos, rezar, vivir con alegría, confiar en la providencia y andar por los caminos, descalzos y harapientos, difundiendo las verdades básicas del Evangelio. Incluso una postura panteísta lo llevó a tratar como hermanos a los seres de la creación en el agua, la tierra y el aire. La práctica de la humildad era tan central que ellos “se alegraban por las injurias y se entristecían por los honores”, que turbaban la paz y la salud del alma.

¿Qué hacemos hoy con la prédica de la humildad, nosotros que estamos viviendo en un Ecuador dividido por torpes pasiones políticas? ¿Cómo llevarnos a casa este pedido del santo: “Cuantos más dones y gracias nos dé Dios, tanto más humildes debemos ser, porque sin humildad ninguna virtud es aceptable para Dios”? ¿Quién se atreve ahora a vivir como los indigentes? Tal vez por esto Santiago R. Santerbrás dice que las Florecillas “son, en puridad, la crónica encubierta de un fracaso”: años después Juan XXII declararía falsa y herética –perseguible y condenable– la doctrina de la absoluta pobreza de Cristo.

Mucho cuesta ser consecuente con lo que pensamos y leemos. “Breve es el goce del mundo”, nos dicen las Florecillas a nosotros que creemos inmortales nuestras obras y nuestras ideologías. Según Kenneth Clark, san Francisco fue el mayor genio religioso que ha dado Europa. Y este genio anduvo descalzo por los montes donde traducía las palabras del Evangelio en el lenguaje de la poesía caballeresca y de los juglares, y afirmaba que su esposa era la pobreza, y cuando se mortificaba creía que era un asunto de cortesía: para él, la riqueza corrompía y era descortés estar en compañía de alguien más pobre que él. Por eso es el Pobrecillo por antonomasia.

Este Pobrecillo sumió a la Iglesia en confusión cuando afirmó que Jesucristo era un miserable que carecía de posesiones y que había que imitarlo. Diarmaid MacCulloch ha dicho: “Podrían haberlo quemado en la hoguera por hereje”. El de Asís buscó con sus hermanos “la gracia de vencerse por desprecio de sí mismos”. ¿No es una sociedad ideal aquella cuyos miembros poseen lo indispensable en un planeta que, sabemos, no durará en paz mientras todos queramos poseer los bienes y las costumbres más avanzadas? La santidad a veces raya con la locura. Tiene sentido que Jorge Bergoglio haya elegido llamarse Francisco, el papa que llena de energía el enrarecido aire ecuatoriano. (O)