A inicios del año prácticamente nadie proyectaba una crisis o recesión para la economía ecuatoriana. Desde ese entonces todas las proyecciones se han vuelto más sombrías y algunos estiman que el PIB per capita podría tener un crecimiento negativo este año. ¿Qué se puede hacer para salir de este atolladero?

La incertidumbre paraliza. Las personas actúan considerando las reglas del juego vigentes, y si estas cambian constantemente, se detienen inversiones, lo cual se traduce en menor producción y generación de empleo. Pero este círculo vicioso se puede revertir.

Por el lado del comercio se han venido cambiando constantemente las reglas. Todo se hizo con el argumento de un supuesto problema de balanza comercial, del cual aparentemente solo sufre Ecuador porque Panamá y El Salvador, que han tenido déficits en su cuenta corriente (que incluye la balanza comercial) muy superiores a los nuestros, no han implementado barreras al comercio y tampoco han experimentado crisis ni recesión.

Se puede estimular la economía dando retro en las medidas que han destruido oportunidades de negocios y empleos generadas a través del comercio. El Gobierno podría eliminar el impuesto a la salida de divisas, salvaguardas, cuotas, normas INEN y certificaciones de origen posteriores a 2009. Eliminar estas trabas multiplicaría las oportunidades de negocios, beneficiaría a los consumidores y reduciría el gasto burocrático de hacer cumplir estas medidas.

Ecuador tiene un problema fiscal. Por lo tanto hay que atacar la raíz del problema, que es un Estado tan obeso que ni su misma élite sabe cuánta gente emplea o cuánto patrimonio administra.

¿Cómo reducir el gasto? El Gobierno podría aprovechar la coyuntura externa de precios mundiales más bajos de los combustibles para eliminar esos subsidios. Para “endulzar” la píldora, se podría compensar a los beneficiarios del Bono de Desarrollo Humano por el incremento estimado en el costo del gas para uso doméstico.

Adicionalmente, el Gobierno debe reducir la burocracia, enfocándose en las nuevas unidades ejecutoras del gasto creadas por la revolución y que, incluso en tiempos de vacas gordas, eran difíciles de justificar. Por ejemplo: los seis ministerios coordinadores, entre otros, y secretarías como la del Buen Vivir. El Gobierno también podría reducir significativamente el gasto en inversión pública concesionando la ejecución y mantenimiento de diversas obras.

No es cierto que una reducción en el gasto público sea recesiva. Para muestra ver el resultado positivo que obtuvieron las economías bálticas “euroizadas” que realizaron el ajuste de esta forma. Se recuperaron más rápido que Grecia, que insiste en negarse a reducir el tamaño del sector público y continúa al borde del precipicio.

Finalmente, el Gobierno necesita darle un shock de confianza al sector financiero, para lo cual es necesario derogar el Código Orgánico Monetario y Financiero, cuyas provisiones sospechosamente solo son integralmente aplicables en una economía con moneda propia. Al haberle permitido al BCE gestionar la liquidez, prestando directamente al Gobierno y a la banca pública, este código genera el efecto contrario del que se pretende: nerviosismo desestabilizador. Además, deberían eliminarse todas las restricciones a los movimientos de capitales, que no solo son innecesarias, sino contraproducentes.

Esta es solo una lista preliminar de lo que se podría hacer para impulsar el crecimiento económico, que es el mejor programa antipobreza. Claro, todo esto implica admitir que el modelo estatista no funciona y devolverles poder a los individuos. (O)