Hay quienes dicen que, en general, los problemas políticos son más difíciles de resolver que los problemas económicos, y eso puede ser, digo yo, por el hecho de que en los primeros intervienen muchos ingredientes subjetivos, de personalidad, de pasión y de ego, que impiden ver con claridad las cosas, mientras que en los segundos, los datos, las proyecciones, los eventos potenciales analizados con frialdad y rigor permiten que la racionalidad tenga mejor trote.

Aunque no ha terminado –y nunca cesará de manera permanente– el espasmo agudo de la confrontación política doméstica, exacerbada los últimos días con marchas y declaraciones de mutua agresión por parte de grupos y líderes políticos contrapuestos, puede existir una disminución de la conflictividad posiblemente por la llegada del papa que, aunque se trata de una fiesta puramente religiosa que no tiene que ver con el calendario cívico o histórico, convoca de múltiples maneras a la gran mayoría de la población ecuatoriana que profesa el catolicismo y que celebrará con júbilo ese evento, lo que mantiene y mantendrá a mucha gente ocupada en actividades ajenas a la política, llegando de hecho y sin quererlo expresamente a una tregua no pactada.

Ojalá esa tregua no pactada sirva para hacer reflexionar al Gobierno sobre la necesidad de anunciar que los proyectos de ley que fueron el detonante del estallido social de los últimos días no volverán a ser presentados, aunque resulta claro que los opositores deben ansiar que este continúe sin entender el mensaje de la calle a pesar de ser tan audible y explícito, pues mientras eso siga ocurriendo, mayor será el deterioro del régimen. Sin embargo, como no soy ni opositor ni partidario, tengo la obligación cívica de decir, como ciudadano y en beneficio de la comunidad, que lo sensato es que el tono de la confrontación descienda, no solo por la visita del papa, sino que continúe luego de ella para que el país pueda recuperar su ritmo habitual que tanto lo necesita ante la difícil situación económica por la que atraviesa con una baja importante de la producción global en 2015 ya pronosticada por el propio Banco Central del Ecuador desde cerca del 4% hasta el 1,9% o menos.

Yo desde aquí veo que el mensaje de la gente es claro, expresado con diafanidad como lo indican sus manifestaciones en la calle, y eso es importante a pesar de que a veces esa misma gente no sabe lo que quiere, pero, como decía Trotsky, sí sabe lo que no quiere. Y eso está pasando ahora: la gente ha dicho y sigue diciendo que quiere cambios en el rumbo gubernativo.

Al Gobierno le resulta difícil comprenderlo porque nuestro país es uno de conceptos polarizados, donde debes ser amigo o enemigo del régimen (una de las dos cosas), donde casi es imposible aceptar que la honestidad intelectual existe, que puedes no tener preferencias, que puedes no llegar a los extremos de prenderle fuego o de quemarle incienso al Gobierno.

Por lo demás, todo pasa por el talante y el aprendizaje, y por la memoria de que en política se cumplen ciclos intermitentes que terminan y vuelven a empezar. Ningún funeral es definitivo, al revés de lo que ocurre con la vida humana. Las resurrecciones no son fantasías. (O)