Joseph Blatter fue elegido por quinta vez consecutiva al frente de la FIFA a los 83 años. João Havelange fue su presidente hasta los 83, pero dicen que, con 99 años, es quien todavía manda en la Confederación Brasileña de Fútbol. Su yerno, Ricardo Teixeira, la dirigió hasta 2012 cuando tuvo que retirarse por un escándalo de corrupción. Terminó su periodo José María Marín, preso en Suiza, dejó hace dos meses la presidencia de la CBF para ocupar otro cargo en la FIFA. Marín tiene 83 y el actual presidente de la CBF tiene 74 años. Julio Humberto Grondona murió como presidente de la Asociación del Fútbol Argentino a los 82 años. Tuvo dos hijos varones: a uno le puso Julio y al otro Humberto; este chico de apenas 55 es el entrenador de la selección sub-20 que no pasó la primera ronda en el Mundial de Nueva Zelanda. Nicolás Leoz, paraguayo, procesado por corrupción y refugiado en una clínica de su propiedad, fue presidente de la Conmebol hasta los 85 años. Lo sucedió, cuando ya tenía 80, el uruguayo Eugenio Figueredo, ahora preso en Suiza con 83.

Alguien quizá pueda explicar científicamente por qué la dirigencia del fútbol mundial se convirtió en una gerontocracia: un grupo cerrado en el que mandan los abuelitos. Pero no hay que ser científico para saber que la FIFA se volvió hace muchos años una mafia sin fronteras, donde la corrupción y la omertà sostienen un castillo de naipes que instala en la cima al que aceita el mecanismo con derrames del botín; por eso en la mafia mandan los ancianos. Y aviso que todo lo que estoy diciendo es claramente a favor de los que tienen unos cuantos años. No tiene nada de malo eso de seguir trabajando a los 83, los 89 o los 97 años: ya se ve que capacidad no les falta, para hacer el bien y también el mal. Lo curioso es que todos sabíamos que en la dirigencia del fútbol mundial, continental y nacional (hablo de la Argentina, no del Ecuador) hay arreglos, componendas, trapicheos, negociados, coimas, favoritismos, nepotismo..., y a nadie en todo el mundo le sorprendió que cayeran Blatter y su pirámide de barajas. Lo que nos sorprendió es que los descubrieran.

Pero lo más notable de todo es que a los 83 años y acosado por las denuncias de corrupción, Blatter volvió a ganar la presidencia de la FIFA por quinto periodo consecutivo. Es cierto que a los cuatro días renunció a causa del mismo acoso y de alguna mugre en su conciencia, pero quedará ocupando su sillón hasta enero de 2016 o cuando toque elegir a su sucesor, que puede volver a ser él mismo. Dirían los abogados que renunció con efecto suspensivo: si gana la batalla contra el FBI ya encontrará la manera de seguir. Mientras, todo queda como estaba, por el momento y mientras no aparezca una patrulla de Interpol que se lo lleve del salón VIP a un cuartito sin ventanas de un aeropuerto. Lo mismo le pasa a otros dirigentes: dicen que el palco oficial de la Copa América va a estar medio vacío mañana porque muchos de los que ocupaban esas butacas están bien escondidos o no se animan a viajar.

“Esto nos pasa por dejar entrar a los gringos en el fútbol” debe haber dicho alguno de estos abuelitos cuando lo agarraron con las manos en la masa. Otro habrá pensado “es que no les dimos la tajada que querían”. Y un tercero, al que oí con mis propios tímpanos: “Los gringos se dieron cuenta de que había un lugar de poder que no dominaban y lo están asaltando”. Cree el ladrón que todos son de su condición.

Dicen que decía Stroessner, el dictador del Paraguay, que el tiempo volvía honestos a los funcionarios una vez que se cansaban de robar. Pero eso es un sofisma como un castillo: darle poder a un ladrón es como darle sangre a Drácula. Es al revés: el poder sumado al tiempo vuelve obscenos a los que lo detentan y esa obscenidad va dejando rastros por todos lados.

Vamos hacia un mundo que limitará aún más el poder en el tiempo, evitando incluso la sucesión en el mando entre cónyuges o entre padres e hijos. El objetivo es resguardar la honestidad, ya que al perder el poder habrá que rendir cuentas a la justicia. Además así nos defendemos todos los ciudadanos contra los abusos del poder, también los abusos de la FIFA, que a veces nos preocupan mucho más que los de los gobernantes. (O)

Dicen que decía Stroessner, el dictador del Paraguay, que el tiempo volvía honestos a los funcionarios una vez que se cansaban de robar. Pero eso es un sofisma como un castillo: darle poder a un ladrón es como darle sangre a Drácula. Es al revés: el poder sumado al tiempo vuelve obscenos a los que lo detentan y esa obscenidad va dejando rastros por todos lados.