Francisco, estoy feliz de que visites Guayaquil. Al principio, unos curitas de la Sierra que gobiernan la Iglesia ecuatoriana dijeron que solo irías a Quito; teniendo tú apenas un pulmón, me pareció raro. Después rectificaron y le concedieron a la ciudad más poblada del Ecuador unas pocas horas de tu tiempo. Luego anunciaron una ampliación que incluiría una visita al colegio Javier y al padre Paquito, entrañable amigo y luminoso guía de todo javeriano. Y luego de Paquito, pa’ Quito otra vez.

Te prevengo, Francisco, que allá algunos piensan que el país es Quito, sobre todo en la jerarquía eclesial. Mirá que han logrado desinformar tanto a los papas que ni en este siglo ni en todo el anterior hemos tenido en Guayaquil un arzobispo que sea guayaquileño, es como si creyeran en la Iglesia católica, apostólica y serrana. El actual es español y es muy bueno; pero ¿habrá algún curita que te pueda convencer de que desde el siglo antepasado una ciudad tan grande no ha parido un obispo digno? Si no crees en “casualidades”, tenés que nombrar un arzobispo guayaquileño, sería un tremendo regalo para Guayaquil en julio. Y digo tremendo porque acá festejamos todo un mes a nuestro patrono Santiago apóstol. Entre los guayaquileños elegibles para arzobispo hay uno que precisamente se ordenó de sacerdote un 25 de julio y es jesuita.

Ya sabrás que algún político ha querido apropiarse de tu visita. Pero esto no es Buenos Aires, en donde cuando eras arzobispo, la Casa Rosada y las sociedades llamadas de filantropía utilizaban ambientes y ocasiones más sutiles y aún así los detectabas y te negabas a ser utilizado; aquí es burdo el asunto, publicitan millonariamente frases tuyas, escogidas fuera de contexto, solo para movilizar sus fines particulares. Sabés bien cómo manejar eso.

En cuanto al mensaje que vienes dando al mundo, de que nuestra Iglesia no debe ser excluyente ni juzgadora, celebro que algunos sacerdotes locales tendrán que escucharte más de cerca y ya no podrán fingir sordera. Y es que acá también algunos en su momento se convencieron de que su función debía ser señalar y condenar, en vez de apuntar a salvar. Tiran las primeras piedras en nombre del propio Jesús. Se pasan en sus homilías hablando del internet y de lo mal que está el mundo, y casi no dedican tiempo a explicar las escrituras que se leen, es como si hubiesen perdido la fe en que esas palabras, cronológicamente viejas, tienen el poder para explicar y transformar la actualidad.

En lo espiritual, qué podría yo decirte de importante sino que estaré muy atento y receptivo a tu mensaje, siempre fresco y transformador, metiendo el dedo en la llaga de nuestras necesidades, desempolvando el brillo y la vitalidad de las palabras de Jesús. Cuando te vea físicamente, sentiré la emoción de saber que eres el eslabón actual en la cadena apostólica, esa que ha perdurado 21 siglos por encima de cualquier expectativa humana y a pesar de todos los esfuerzos internos y externos por destruirla. (O)