¿Y ahora qué? se pregunta la gente después de los esfuerzos de movilización de las últimas semanas. La respuesta parece sencilla aunque peligrosa: o el Gobierno cambia, baja de tono, modera su lenguaje, gobierna decentemente los próximos dos años, salva la economía y la dolarización, o el clima de antagonismos se agravará por todo el país. La revolución tiene ya en las calles lo que siempre ha invocado en su imaginación: el antagonista que resistirá su prepotencia y autoritarismo, sus devaneos ideológicos. De tanto invocarlo con las palabras, de tanto repetirlo en las tarimas, de tanto retarlo, lo tiene ya frente a sus ojos, en las calles y en gestos cotidianos de desafío y desobediencia.

Entre las frases lanzadas por Jaime Nebot en su discurso frente a esa enorme e impresionante movilización, hubo una en particular que quiso marcar el cambio dramático del escenario político: El Ecuador de Correa se terminó, dijo Nebot. Tenía delante suyo con seguridad el acto colectivo individual más grande y multitudinario que se haya organizado en la historia política del país en contra de un gobierno, un testimonio además inequívoco de la presencia de otros liderazgos poderosos en el Ecuador. No sé si efectivamente el país de Correa terminó, pero sin duda el Ecuador de hoy no es el mismo de hace unos meses y el Gobierno se mueve en un escenario más complejo y difícil donde ya no reina solo y soberano. No están solamente los ecos de la movilización de Guayaquil con las réplicas ese mismo día en Quito, al día siguiente en Machala y el sábado en Azuay, sino todas las marchas enormes convocadas por organizaciones sociales en meses anteriores. En conjunto, esos actos reflejan algo muy claro: el país se reequilibró social y políticamente, aunque a los ojos de Alianza PAIS aparezca como el mismo.

Que el país es otro quiere decir que Correa gobierna en condiciones adversas, con pérdidas de credibilidad, fracturas internas, desmovilización de sus huestes y la sombra peligrosa de la crisis económica sobre la cabeza de todos. Tiene oposiciones por muchísimos frentes, la sociedad empieza a resistir su presencia, y un espíritu forajido de bronca se extiende por el territorio, con gestos de desobediencia firmes. Sorprende, sin embargo, la dificultad del liderazgo de Alianza PAIS y del propio Correa para reconocer las circunstancias. Hay dos explicaciones posibles a esa actitud: o no van entendiendo el curso de los acontecimientos, o sí lo entienden pero lo ocultan deliberadamente a sus bases. La repetición del discurso, decir lo mismo y lo mismo cuando las circunstancias son otras, muestra el empobrecimiento ideológico e intelectual del proceso de Alianza PAIS, y de su propia estructura de liderazgo.

Que el país cambió significa que el escenario de la reelección, el otro tema candente en el escenario, se vuelve cuesta arriba en todo sentido: el liderazgo de Correa está fatigado, el gallinero interno agitado, el horizonte político desbaratado. Pero las elecciones todavía están lejos, dejémoslas tranquilas. Lo urgente son las semanas inmediatas, donde Correa deberá gobernar con claridad, apertura, decencia, honestidad y equilibrio si quiere salvar parte de lo construido y evitar la desestabilización que tanto invoca y tanto teme. (O)