Dos escritores catalanes coinciden casualmente en la terraza de un restaurante en Barcelona. Uno se ha citado con una editora, mientras que el otro está sentado muy cerca, tanto que puede escuchar la conversación del primero. Al parecer no se reconocen. El segundo escritor, usuario de redes sociales, traslada y reduce a Twitter lo que escucha. Hasta aquí la situación es la típica frivolidad favorecida por Twitter –y, de paso, parece una mala copia de un cuento del gran Quim Monzó. El primer escritor, el que conversaba con la editora, siendo un escritor catalán, que escribe en esa lengua, no está de acuerdo con el independentismo y lo dice a los cuatro vientos con críticas de la situación actual en Barcelona, advirtiendo su empobrecimiento cultural por el independentismo. La página web que montó el artículo, Vilaweb, financiada por la Generalitat de Cataluña, remarcaba las críticas del primer escritor con el siguiente titular que revela los nombres de los implicados: “Màrius Serra espía y explica una conversación anticatalanista de Ferran Toutain”. Ante la agitación en las redes sociales, la web elimina el artículo montado, Serra se disculpa públicamente por el error cometido y Toutain da cuenta de su versión en El País sobre lo ocurrido. Es decir, el asunto parece corregirse. Pero lo cierto es que ya asomó. Ante la prudencia emblemática de los catalanes, esto tiene visos de verdadero arranque de locura. La piedra fue lanzada.

¿Qué hay detrás de todo esto? Toutain señala que “el negocio de Vilaweb es en buena parte el comercio del odio, un negocio muy rentable gracias al empeño que pone la Generalitat en protegerlo como un bien”. Es decir, los medios gubernamentales de Cataluña favorecen el señalamiento de los críticos del régimen gracias a una “delación”. Lo que ocurre del lado de acá, en España, es lo mismo que ocurre del lado de allá, en Ecuador. Había leído el nombre de Ferran Toutain vinculado al movimiento político de Ciudadanos, pero no he leído ninguno de sus libros. Pero sé quién es Màrius Serra. Aunque no lo veo hace un buen tiempo, siempre lo he considerado uno de los escritores destacados de la literatura catalana y uno de los mejores conocedores de juegos lingüísticos. Siempre recomiendo su magnífico tratado Verbalia, verdadera suma de saber literario que habría hecho las delicias de Augusto Monterroso y de Cabrera Infante, a quienes bien conoce. ¿Yo no debería decir nada, por lo tanto? Pues no, porque es aquí donde me saltaron todas las alarmas, y porque de lo que se trata es de hablar en libertad y de que tan importante como lo que se dice o hace es quién lo hace. Y eso es lo que, por más que se diga lo contrario, ocurre hace un buen tiempo en Barcelona, como en Ecuador. Como si hubiera que elegir un bando y luego callar por completo con unos, o no verlos, y con otros soltar todo sin contención, lo que me parece una dicotomía inútil y desgastante. Pero más grave todavía: ¿Por qué un escritor como Màrius Serra incurre en un embrollo de este tipo? Con la lucidez y rapidez que lo caracteriza –y lo que más me sorprende todavía, con su humor– no tardó en disculparse, pero el daño está hecho. ¿Será que, sin remisión, la cuestión identitaria enceguece, enfurece o enmudece incluso a las mentes más lúcidas? Puedo estar en desacuerdo con el independentismo que defiende Màrius Serra, pero seguiré admirando su trabajo literario y ensayístico. Finalmente, lo ocurrido ratifica lo que comentaba Toutain: se atrevió a hablar a los cuatros vientos y eso se lo quisieron hacer pagar con el infierno grande de un pueblo que se achica. Javier Marías describía en su novela Tu rostro mañana la actitud de la delación durante la Segunda Guerra Mundial, refiriéndose a las viñetas de alerta entre la ciudadanía para controlar lo que se decía por el riesgo de los espías nazis. “Unas pocas palabras imprudentes pueden acabar en eso” era el lema de una viñeta en la que un barco se hundía. Generar una situación en la que se revela ese síntoma de temor a hablar es el peor síntoma de todos, y si no se le presta atención, luego será tarde.

Me apena ver en Barcelona a amigos catalanes que están incómodos con esa polaridad a la que se ha llegado. Y resienten su propia autocensura de haberse quedado callados. Solo uno de ellos me hizo una observación, no he podido olvidar: “Barcelona es lo mejor que le ha pasado a Cataluña, y Cataluña lo peor que le ha pasado a Barcelona”. Esto se explica queriendo decir que Barcelona es mucho más abierta que el resto de Cataluña y su identidad como nación. Quizá me lo dijo porque soy extranjero (esa es una ventaja). O lo dirá seguramente únicamente entre críticos autóctonos de Barcelona. En cualquier caso, no lo dirá en público. O lo hará con un susurro. Y si lo hace, como muchos otros, pues será acosado o “ninguneado”. Si eso no es fascismo –como lo que ocurre en Ecuador, a fin de cuentas todos estamos tan lejos y tan cerca– pues no sé de qué estamos hablando. Por suerte, todavía podemos hablar. Hasta que nos toque ese día, y nos tocará, en que ya no, en que llegue la comunicación del funcionario de turno –en Ecuador se llama Secom (Secretaría Nacional de Comunicación), que indica hasta el tipo y tamaño de tipografía con las que los medios de prensa deben publicar rectificaciones informativas– o los fervorosos que no toleran la crítica.

Esa no es la Barcelona que uno aprecia. Pero esa es la que están pintando con un mal romanticismo indentitario como supuesto antídoto a un inasible cosmopolitismo o al nacionalismo español. Y ocurre exactamente lo contrario. A sus espaldas, su propio gobierno autónomo convierte a Barcelona en un parque temático para turistas, a quienes no les interesa ni el español ni el catalán, sino hablar en inglés, y lo primero que quieren ver es el estadio del Barça. ¿Qué más provinciano que eso?(O)

Por suerte, todavía podemos hablar. Hasta que nos toque ese día, y nos tocará, en que ya no, en que llegue la comunicación del funcionario de turno –que indica hasta el tipo y tamaño de tipografía con las que los medios de prensa deben publicar rectificaciones informativas– o los fervorosos que no toleran la crítica.