Uno de los problemas en un país es la inestabilidad política y la económica que esta genera. La historia nos habla de un vaivén entre el autoritarismo y la debilidad de uno u otro poder de Estado. Se niegan a abrir los ojos a la realidad y ceder en postura. El pueblo que está harto de abusos sale a las calles.

El general Charles de Gaulle en la Francia de la posguerra se vio enfrentado a un problema similar, tomó al toro por los cuernos y transformó completamente al gobierno; cambió de un sistema parlamentario a uno semipresidencial y fundó la quinta república. El sistema semipresidencial divide el poder del Estado con reglas claras entre el Ejecutivo y el Legislativo. El poder Judicial se mantiene independiente. El pueblo elige por voto popular a un presidente y a los integrantes de la asamblea de representantes, y esta elige a un primer ministro o jefe del gobierno. El primer ministro y su gabinete tienen a su cargo la parte económica y social, sus acciones requieren de la aprobación de la asamblea que lo eligió y esta tiene el poder de cambiarlo si así lo requiere. El presidente se encarga de la diplomacia, de las relaciones exteriores, de la seguridad y de los organismos de control, tiene el poder de destituir al Legislativo. Esta división de poderes logra equilibro en el manejo y estabilidad del Estado. El Ejecutivo actúa como un árbitro del gobierno pero, al no intervenir en su quehacer, no es juez y parte. Por otro lado, el jefe del gobierno, que actúa bajo los mandatos de la asamblea y control del Ejecutivo, puede ser cambiado sin que represente una crisis o alteración del orden democrático. Varios países han seguido con éxito el ejemplo francés. En las calles de nuestro país se oye ahora un pedido diferente al de otras crisis similares: Asamblea Constituyente, ¿será que el país ha madurado y es hora de transformar el gobierno por el bien de todos?(O)

Franklin Javier Paredes Garrido, médico, Quito