Nadie me ha invitado a los eventos que se efectuarán con motivo de la visita del papa Francisco, pero me siento convocado, de alguna manera, como católico y ecuatoriano. Un católico por definición debe ser “papista” y lo he sido. Fui a Roma a conocer a Paulo VI, quien nos recibió en audiencia especial (con unas 5 mil personas), y asistí a la misa que nuestro admirado Juan Pablo II ofició en el parque La Carolina de Quito. Me he declarado güelfo, serlo significa ser partidario de la independencia de la Iglesia frente al poder del Emperador (Estado), que no es lo mismo que del gobierno de la Iglesia o, peor, de un gobierno con la Iglesia.

Por eso me desagrada la manipulación política de la visita apostólica. De pronto el periódico del Gobierno se volvió más eclesiástico que el Osservatore Romano, con declaraciones teológicas a toda página. Y se machacan insistentemente mensajes en que se hace coincidir frases de la prédica del papa con los postulados del Gobierno. Probablemente muchos prelados, y quizá el mismo papa, no estarán de acuerdo con esa utilización, pero no puede decirse que parte de una tergiversación de la palabra de Jorge Mario Bergoglio, sino que hay una real coincidencia de ideas, que ahora la Revolución Ciudadana aprovecha con oportunismo, pero no con falsía. Hay evidente empatía entre el socialismo del siglo XXI y la Teología del Pueblo, de la que es seguidor notorio Francisco. No es para nada casual que haya escogido Ecuador y Bolivia como los primeros países de Sudamérica que visitará. “Si es así, ¿por qué no visita Venezuela?”, pueden objetarme. Es que el modelo de ese país ha llegado a ser simplemente impresentable. Y está el tema de las relaciones con el gobierno de la patética señora Kirchner, quien cuando el obispo de Roma lo era solo de Buenos Aires, no lo recibía, pero ha sido bienvenida en el Vaticano por cinco ocasiones. Estos matices se explican porque lo que hay es coincidencias, probablemente hasta existen verdaderas simpatías, pero tampoco se trata de una conjura planificada.

La afinidad de todas las ramas de la Teología de la Liberación con el socialismo proviene de una mala interpretación de la “opción por los pobres”. Este concepto tiene una base evangélica indiscutible, hay que estar a favor de los pobres, pero no de la pobreza, porque esta es mala en sí misma. Las visiones teológicas liberacionistas, al oponerse a los sistemas de libre mercado y capitalismo, que son los que han generado más y mejor riqueza, se ponen del lado de la pobreza y niegan a los pobres el acceso a niveles de vida más humanos. Esta problemática no es sencilla, pero es asumida con astuta simpleza por quienes quieren usufructuar políticamente de la gira papal. Por tanto, porque no se puede aceptar esta viveza, pero también porque rechazamos la doctrina que da pie a ella, no puedo sino decir “mil disculpas, me quedo en casa”. (O)