La masiva marcha de Guayaquil y las valientes protestas de otras ciudades del país constituyen una reacción esperada, porque se colmó la paciencia ciudadana.

Hay saturación de los mensajes tóxicos de las sabatinas y demás intervenciones del mandatario. Cuando alguien se dirige a nosotros de mal modo, con palabras hirientes, con ironía o sarcasmo, con provocación... se activan en nuestro cerebro un sistema de circuitos para esos mismos sentimientos desagradables que se vuelven en contra de quien los generó, impidiendo ver si tiene un lado positivo en sus actuaciones.

Cansancio de la manipulación verbal, del abuso del poder y del discurso demagógico y populista que suscita el odio de clases para el que se utiliza incluso frases del papa Francisco, un abanderado contra la corrupción y de la justicia social. Y bien sabemos que para lograr esta no basta utilizar el poder político para simplemente hablar sobre las riquezas de unos y de las pobrezas de otros, es necesario facilitar las condiciones que permitan generar trabajo y riqueza, para todos.

La ciudadanía está cada vez más consciente de que el Estado trabaja con sus impuestos, con el dinero de los ecuatorianos... y que no necesita más imposiciones tributarias, sino más fuentes de empleo digno y libre para todos.

La impunidad y el abuso de autoridad constituyen la forma mejor de propagar la corrupción a todo nivel confundiendo a muchos sobre el sentido de lo correcto y lo delictivo.

El autoritarismo en una sociedad democrática impide el desarrollo ciudadano y la transparencia..., suscita miedo a denunciar o simplemente expresar una opinión pero también agota la paciencia y genera protesta... Eso es lo que están haciendo los ecuatorianos. Utilizando su derecho a discrepar, a pedir rectificaciones...

No tomar en cuenta la voluntad popular para un cambio tan importante en nuestra Constitución, sin antecedentes como la reelección indefinida del cargo a la presidencia, es un asunto de fondo al que se suman muchos otros... las últimas leyes propuestas han sido simplemente el detonante a la insatisfacción reprimida...

La convivencia social se enriquece precisamente porque podemos pensar diferente, actuar diversamente y vivir de maneras variadas, es el privilegio de los seres humanos y por ende también un gobierno debería saber apreciar el contar con opiniones contrarias que le permiten pesar sus lineamientos, afianzarse en los mismos o mejorarlos... pero sin ofensas ni agravios... sin llevar las cosas al plano personal... sin retaliaciones.

El diálogo asoma a veces cuando ya el barco está casi hundido. Cuando la situación está casi perdida y, sobre todo, cuando públicamente ya se han exaltado los ánimos, dando rienda suelta a las ofensas y críticas justas o injustas. Entonces como último remedio empiezan a negociarse posiciones. Se termina por lo que debió ser el inicio: escuchar serenamente.

Para que exista diálogo auténtico se requiere tener fe en las personas. Confiar en que el otro no tiene intenciones ocultas, que sus razones son transparentes, recurrir a la cordura, a la auténtica escucha empática y a la capacidad de consenso.

¿Será una utopía? (O)