El futuro ya no es lo que fue una vez. Dos de los escenarios que parecían sólidos y permanentes en la arena mundial han comenzado a derretirse. Uno de ellos fue el boom de los precios de las materias primas, especialmente del petróleo. Hasta hace un año el petróleo por encima de 100 dólares se lo tomaba como un hecho inamovible de la economía mundial. Igual cosa sucedió con los altos precios de otras materias primas, incluyendo minerales como el cobre, y productos agrícolas, como los cereales. El otro fue las altísimas tasas de crecimiento de la economía china. A los altos precios de las materias primas se sumó la fenomenal expansión de China, con su insaciable apetito por productos primarios. Hasta hace poco se daba por descontado que esa hambre del gigante asiático era imparable. Aunque poco se ha especulado sobre su futuro, China sigue siendo un enigma. Por ahora es un enigma que ha dejado de crecer como antes. Y eso ha sido suficiente para producir un impacto serio en América Latina. No se diga si mañana ese crecimiento se convierte en caída libre.

Hay naciones que arrimaron sus economías a los dos factores antes mencionados –boom de los precios de las materias primas y crecimiento acelerado de China–. Y a la sombra de estos escenarios muchos países de América Latina aprovecharon la oportunidad. Uno de los resultados fue el surgimiento e instalación de una clase media de dimensiones sociales y económicas que eran hasta entonces desconocidas. Esta fue la mejor y gran noticia que produjo la región. Una región aquejada de una pobreza estructural, y que condenaba a millones de personas a nacer y morir en la pobreza, por primera vez comenzó a exhibir cierto dinamismo con la posibilidad de romper esa rigidez. En ese sentido, por ejemplo, la inversión que se hizo en el sector educativo fue no solo una decisión acertada sino que necesaria.

Todo lo anterior, sin embargo, está hoy poniéndose a prueba. Como resultado de los anotados cambios, la intrusa realidad ha hecho su incómoda aparición por los corredores del poder de algunas capitales latinoamericanas. Hace un año, por ejemplo, el gobierno argentino devaluó el peso a pesar de que por décadas había condenado dicha fórmula. Claro que Cristina se encargó de decir que su devaluación no era una devaluación. Su ministro de Trabajo acaba de pedir prudencia y moderación a los sindicatos en sus aspiraciones de alza salarial, tal como haría un técnico del Fondo Monetario. En Brasil la contradicción es más visible, y hasta embarazosa. La presidenta Dilma prácticamente está gobernando con el plan económico que propuso su rival en las últimas elecciones. Debe ser un remedio muy amargo de tomar. Y no solo eso, sino que además el gobierno virtualmente ha pasado a manos de su ministro de Economía, de cuyas credenciales neoliberales nadie duda. En otros casos, hay países que han tenido que regresar a Wall Street en búsqueda de financiamiento.

Habrá que ver los resultados. Hasta ahora el pronóstico es reservado. (O)