Hace 35 años, de acuerdo con el cardenal Pablo Muñoz Vega, presidente de la Conferencia Episcopal, participé en el funeral del arzobispo Óscar Arnulfo Romero. Me llamó la atención la división de salvadoreños de todos los estratos y tareas sociales, también religiosas. Según opinión de salvadoreños, la violencia generalizada se expresaba en asesinatos, robos, extorsiones. Acudí a San Salvador con dos hermanos obispos. Aproximadamente 250 obispos, 1.200 presbíteros y otras 300.000 personas participamos en la ceremonia de beatificación del mártir arzobispo Romero. En esta breve permanencia, iluminando la realidad salvadoreña con la vida pastoral del seguidor de Cristo, nuevo beato, pudimos vislumbrar la tarea renovadora de fraternidad y justicia que queda por delante en nuestros países. Sin el faro de la dignidad de la persona, que reincidentes estatismos intentan ignorar, están ultrajadas, especialmente la libertad y la justicia. Por un lado, se pretende maniatar la libertad nacional e internacionalmente, pues se valora casi exclusivamente lo estatal; por otro, los potentes determinan lo que es justo.

Miembros de estos grupos, conociéndola o no, invocaban o combatían la fe cristiana, de acuerdo a consignas e intereses.

En este contexto, Óscar Arnulfo comenzó a pastorear la Arquidiócesis de San Salvador, cultivando la reconciliación.

Romero sabía que muchos bautizados olvidan que Jesucristo es Hijo de Dios y hombre a la vez; ignoran que cultivar el crecimiento de la persona humana es una expresión de amor cristiano a Dios. Sabía que este cultivo es tarea de todo ciudadano, creyente o no; que el cristiano que no asume esta tarea no vive según su fe.

El principal servicio de Romero fue la catequesis. La familia fue la primera destinataria de una evangelización realizada con palabras y con el testimonio de obras a su alcance. Los numerosos niños carentes del acompañamiento y guía de sus padres confirmaron la convicción de Romero: la criminalidad incuba en el vacío de familia. Este vacío tiene una causa humanamente comprensible: la emigración en busca de condiciones de vida económicamente mejores. El impulso sexual no educado, origen de la paternidad-maternidad irresponsable es otra causa.

Romero sabía que no está al alcance del clero la solución de este y de otros problemas; pero que sí puede y debe, en unión con creyentes y personas de buena voluntad, contribuir, educando y motivando con su testimonio de servir por amor. Los gobiernos totalitarios, impidiendo los servicios no contemplados en el libreto estatal, además de sofocar la creatividad de las personas, privan a la sociedad de algunos servicios cercanos y eficaces.

Que así como el nuevo beato ha recabado de Cristo agilitar el reencuentro de los salvadoreños, recabe también el reencuentro de los venezolanos. Así como participamos del gozo de los salvadoreños, pedimos al nuevo beato ayude a abrir la mente y el corazón, especialmente de los torturadores, para restablecer la fraternidad entre venezolanos, carentes de información independiente. Los latinoamericanos no podemos ser cómplices, esclavos de consignas, mientras personalidades y entidades internacionales exigen el fin de torturas al pueblo y a esos dirigentes políticos ajenos al libreto. (O)