Las noticias de las últimas semanas sobre el desarrollo de los negocios en el Ecuador, pero especialmente de las exportaciones, muestran que estas han disminuido entre enero y marzo de este año comparadas con el mismo periodo del año precedente –aludo a las no petroleras– por diversas razones, aunque parece que una de las causas predominantes es la falta de competitividad. Me refiero a volúmenes exportados, porque curiosamente los precios en algunos bienes han subido, lo que hace más extraño el descenso. Es raro o por lo menos no común.

La falta de competitividad parecería provenir del incremento de valor del dólar en relación con otras monedas y de las rigideces de las últimas leyes impuestas por el Gobierno (la Asamblea Nacional solo ejecuta lo que le ordenan), esencialmente en lo que tiene que ver con el tema laboral donde se ha desechado buscar un equilibrio. Me explico: no está mal que el régimen pretenda mejorar la condición general del trabajador, pero si el endurecimiento de las normas dificulta al empleador una libre contratación más expedita y más fluida, habrá menos posibilidad de empleo. Lo que debió hacerse es impedir que los patronos abusen del trabajador, es prudente y hasta obligatorio protegerlo, pero sin que cualquier medida que se tome vaya en desmedro de la población desempleada como ha ocurrido al suprimir los contratos a plazo fijo –que debieron estar mejor regulados y controlados, nada más–, pues estas disposiciones fuerzan al patrono a pensar dos veces antes de contratar a alguien o a hacer trampas, todo lo cual redunda en la productividad y en la competitividad. No hay que ser un genio para entender que si la contratación de mano de obra resulta más costosa y hay una camisa de fuerza para enganchar y desenganchar a los trabajadores, el precio final del producto será más alto y lo más probable es que no pueda competir en los mercados internacionales con su similar extranjero. Por eso hablo de equilibrio al gobernar, pues por congraciarse con los trabajadores se perjudica al empresariado y en suma al sector productivo.

El comercio y las exportaciones son cosas complejas, aparentemente fáciles, que comprenden varios ingredientes que deben funcionar y que deben responder a políticas públicas bien definidas que deben implicar a todos los funcionarios relacionados para bregar con el mismo norte y no entorpecer el logro del fin, ahora que el ministro del ramo anunció una apertura. Él es una persona que conoce el área porque ha trabajado varios años en esas actividades, pero para que los negocios avancen, las exportaciones mejoren y la inversión crezca se requiere de muchas voluntades perfectamente sincronizadas, no depende de un solo funcionario.

Para el desarrollo futuro del país debe haber inversiones, sin ellas seguiremos estancados merced solamente a los desembolsos del Estado convertido cada día más en un paquidermo. No habrá verdadero desarrollo sin inversión privada y no habrá inversión privada sin confianza, aunque se firmen tratados de libre comercio, pues estos no funcionan sin las necesarias reformas internas que deben ir dirigidas a mejorar el empleo y la inversión, junto con la aceleración de las agendas –si es que las hay– de verdadera integración con el resto del mundo, pero especialmente con el área del Pacífico y del Asia que ya están explotando Chile, Perú, Colombia y México. La situación actual de China da oportunidades a otros países, pero falta mayor empuje, lo que parece conducir a los ciudadanos a perder la paciencia sobre lo que esperan de las políticas públicas.

Cuando hablo del desarrollo y de trabajo y de inversiones, no me olvido del conocimiento y de la investigación, pero a pesar de que su éxito será más provechoso y profundo, se trata de un tema de larga gestación hasta que nazca el fruto, sobre todo en nuestro país en que partimos casi desde cero. (O)