La labor política es parecida a la economía, definida como la ciencia que administra necesidades. El esquema de varios países latinoamericanos, surgido al calor de las llamadas reformas políticas, es que han tenido el apoyo de unos precios internacionales altos para varios de sus commodities. De ahí que el expresidente de Uruguay Julio Sanguineti afirmara ciertamente que “el populismo es el hijo de la abundancia”, expresando con claridad las ventajas que supuso hacer los cambios pero en un ambiente extraordinariamente favorable. Ahora las cosas han cambiado. Los precios de las materias primas han bajado, entre ellos el petróleo y los minerales, especialmente en el mercado asiático estos últimos, y eso se reflejará en un cambio en la manera de hacer política. No habrá tanta “manteca para tirar al techo”, como afirman los argentinos, y una racionalidad institucional tenderá a imponerse dejando a un lado las actitudes autoritarias del ejecutivo.

Los brasileños ya empiezan a sentirlo y no están dispuestos a ningún sacrificio desde una clase media precaria que pretende sostenerse en esa condición a cualquier costo. En Brasil salieron a las calles por el incremento mínimo de pasajes, y cualquier movida que repercuta en las condiciones de vida de la población tiene el apoyo de unas masas intolerantes a ningún sacrificio que no sea el que el gobierno deba hacerse en su interior. Veremos más casos de corrupción “descubiertos” en las estructuras del Estado que anteriormente eran parte del costo operativo de distribuir abundancia. Hoy las necesidades son las que marcarán el paso, y la lucha del gobierno será por un lado una autocrítica dolorosa y un mecanismo de distracción al mismo tiempo. La cuestión es continuar en el poder y si eso significa colgar a los propios se hará como indica el manual autoritario.

Lo que no entiende el poder administrador es que esas estrategias son consideradas secundarias en países donde exista libertad de prensa y en donde la ciudadanía puede conocer con claridad los costos de estos movimientos orientados a preservar el poder y no a entenderlo en relación de la transparencia y la apertura. El ejecutivo autoritario desconoce que el poder está hoy más atomizado que nunca y que el mecanismo de control es imposible en espacios donde la información es multipolar y con un poder cuántico notable. La forma mecanicista de comprender el ejercicio administrativo sucumbe ante unos nuevos actores que desafían desde la individualidad el sistema diseñado para distraer, presionar y rechazar toda forma de desafío que surja al interior del mismo poder.

Los tiempos han cambiado y no toca otra cosa que manejar los tiempos y los modos de forma distinta. Parece una cuestión improbable en una estructura acostumbrada a una dinámica diferente, donde la abundancia de recursos hizo que un amplio sector de la sociedad tuviera la sensación de haber abandonado definitivamente sus espacios marginales. Ahora esto se probará en tiempos de necesidades de manera real y cierta. No debe extrañar que los más críticos sean aquellos que fueron por años subsidiados y que ahora por falta de recursos presionaran para que la administración sea más abierta, transparente y con capacidad de elaborar políticas en colaboración y con coacción, que ha sido el modo en que han hecho política por mucho tiempo.

Es tiempo de otoño en el sur de América y las hojas caídas... alguien las debe recoger y explicar.(O)

No habrá tanta “manteca para tirar al techo”, como afirman los argentinos, y una racionalidad institucional tenderá a imponerse dejando a un lado las actitudes autoritarias del ejecutivo.