Mientras ponía gasolina en una estación de Petroecuador, en el norte de Quito, pregunté a quien atendía si los periódicos El Telégrafo que se mostraban en un pequeño escaparate eran de cortesía. Cuando respondió que sí, le pedí que me regalara (¿?) uno. Para sorpresa, me obsequió tres ejemplares. Solo necesito uno, muchas gracias, le dije, y pensé inmediatamente: derroche y generosidad del Estado, un subsidio más para el buen vivir de los ciudadanos. ¿Cuánto costará tanta generosidad con el tiraje?

El generoso obsequio fue la oportunidad para revisar los contenidos, titulares, orientación de su línea editorial y artículos de sus columnistas. Desde entonces he revisado varias ediciones. La conclusión siempre es la misma: una militancia editorial, informativa, a favor de la revolución ciudadana; destaca logros, sigue sus actividades, reproduce declaraciones de sus ministros, sus indicadores, aborda sus temas, con ecos sobre las páginas de opinión y el editorial oficial del periódico. Dicha militancia oficialista tiene como su contraparte una tendencia a criticar las acciones opositoras, con especial atención y acuciosidad hacia algunos alcaldes. El editor bien podría ser Fernando Alvarado.

Se supone que El Telégrafo es un periódico público, pero resulta evidente que no hay una idea clara de cómo traducir esa definición en una línea periodística y editorial. ¿Cómo se escogen los temas, cómo se definen los enfoques, los titulares, qué se cubre y qué no? El Telégrafo tiene una visión informativa tan sesgada como la que se critica a los diarios y medios privados, ahora constantemente estos lo hacen como un ejercicio de la libertad de expresión desde la sociedad civil, que siempre implicará una interpretación de la visión general desde algún particularismo; El Telégrafo hace exactamente lo mismo, tiene un igual sesgo informativo, pero situado en la perspectiva del interés gubernamental. ¿Por qué adopta ese punto de vista El Telégrafo? ¿Con qué derecho lo hace siendo un periódico público? ¿Cómo puede justificarlo y legitimar su inclinación permanente de la balanza informativa a favor del Gobierno?

El Telégrafo no habla desde la sociedad civil, sino desde el interés de los militantes y seguidores de la revolución ciudadana. De esa manera, forma parte de toda la maquinaria política gubernamental, sin tener derecho a hacerlo. Lo inadmisible es que todo el subsidio, en este caso, sirve para alimentar la visión ideológica de la mal llamada revolución, sin que sirva para nada a los críticos con el proceso, salvo para saber cómo el oficialismo transforma su acción en agenda periodística (lo que hay que informar, cómo informar, con qué titulares, desde qué reflexión editorial). Tampoco sabemos cómo se escoge al editor, un simpatizante abierto de AP; ni a los columnistas. Se trata, pues, de un subsidio a un producto ideológico en el que los ciudadanos no encontramos reflejado el interés público, sino una visión informativa sesgada. El problema no es tanto el subsidio, sino el hecho de que en un periódico autoproclamado público, la línea editorial sea una militancia abierta a favor del Gobierno. En lugar de ser un espacio informativo en el que los ciudadanos deberíamos poder reconocernos, sirve para polarizar la información desde la lógica gubernamental. (O)