Hace un tiempo, una amable maestra de niños y niñas de entre 9 y 10 años me invitó a conversar con sus alumnos; en la clase habían leído mis libros y querían conocerme. Este tipo de eventos no son muy frecuentes, pero sí son muy intensos. Las preguntas de los niños y mis disparatadas respuestas hacen que en esos momentos riamos mucho, sintamos mucho y también pensemos mucho.

En ese último encuentro un niño me preguntó cuál había sido el título del primer artículo que me publicó un periódico. Yo con total solvencia le contesté: ‘Taquigrafiando lo vivido’; de pronto sentí un bochorno que no era menopáusico, ¡era generacional! Los niños no tenían la más remota idea de qué era taquigrafía y yo me enredé tanto al intentar explicar que les propuse cambiar el tema y dar paso a un cuento de terror, pero a la final ellos encontraron la respuesta: es como cuando mandamos mensajes de texto por celular y cortamos las palabras, me dijeron.

Este episodio me dejó pensando en que ser padres nunca fue fácil, pero en este tiempo debe ser mucho más complicado porque la era digital lo ha cambiado todo: el lenguaje que usamos, la forma de relacionarnos, la presencia permanente del teléfono celular que invade todos los espacios y copa todas las horas del día, porque chicos y grandes nos hemos vuelto adictos a él, las redes sociales, etcétera. Los abrazos, los buenos deseos, los insultos y las catarsis ahora son virtuales.

A fines del 2014, la terapeuta sistémica Gissela Echeverría Castro publicó el libro Conéctese con sus hijos para que se desconecten de la red, y yo la invité para que diera una charla para padres en mi librería. Al escucharla no lo podía creer, las relaciones hoy en día son mucho peores de lo que yo había podido intuir. Su libro es el producto de una profunda investigación que fue motivada por los complicados casos que ella atiende en su consulta privada.

Chicas y chicos adolescentes que acceden a posar frente a una cámara, fotos comprometedoras que envían a sus noviecitos y a la primera pelea estos las circulan por toda la red, gente inescrupulosa que imprime estas fotos y las vende, y claro, el consecuente bullying, que llega desde los mismos amigos que de pronto se convierten en implacables jueces moralistas.

Definitivamente, criar hijos hoy debe ser más complicado, pero los que tenemos hijos jugando en la sub-40, ¿podemos dormir tranquilos?, le pregunto. Lo cierto es que no, porque las decisiones desacertadas no tienen edad, no son necesariamente producto de mentes inocentes y en ocasiones poco o nada tiene que ver con el ejemplo que podamos haber dado.

La única verdad es que la soledad, sumada a una irracional necesidad de calzar en los estereotipos, de ser popular, puede llevar a nuestros hijos a mentir, a cometer errores, a hacerse daño.

Ojalá el ocaso no nos sorprenda preguntándonos si nuestro ejemplo sirvió de algo, si lo que hicimos valió la pena, si nuestro amor incondicional, y a veces sin límites, no fue el causante de sus decisiones equivocadas. (O)