Seguramente más de una vez les habrá pasado que despiertan, encienden el televisor y al mirar los noticiarios de la mañana piensan por un par de segundos que siguen dormidos y en medio de una pesadilla. Leer los titulares de los periódicos, revisar las redes sociales y pensar en qué momento esto se convirtió en una suerte de manicomio social, es todo uno. No es extraño encontrar a un funcionario de Gobierno explicando las bondades de un tratado bilateral de inversiones con la Unión Europea, mientras otro grupo de los mismos lanza peroratas contra este tipo de acuerdos, calificándolos como nuevas formas de neocolonialismo y todo esto en simultáneo. Mejor aún cuando alguna asambleísta, con el pecho henchido de fervor revolucionario, se declara una y mil veces sumisa o cuando con los ojos llenos de emoción, nos enteramos que nuestra respetabilísima presidenta de la Asamblea Nacional dejó atrás el bachillerato para convertirse en licenciada, en algo como desarrollo social sostenible. Llegamos al paroxismo al enterarnos de que ya no necesitamos visa para entrar a Angola y Bielorrusia, por un lado, y que el Gobierno ya no le debe nada al IESS, por otro. Semejante andanada de información y buenas noticias nos tumban, nos abruman, nos llenan.

Este festival de locura no es privativo del Gobierno, por cierto, nuestra oposición se ha mostrado igualmente delirante cuando de discutir ciertos aspectos se trata. El debate sobre el modelo penal que debe imperar en nuestra sociedad, por ejemplo, más de una vez ha recibido propuestas del peor calibre del sector antigobierno, para el cual mano dura y represión policial y carcelaria son los factores a privilegiarse, cuando de la seguridad ciudadana se trate. Las últimas elecciones legislativas, por ejemplo, fueron una oda al populismo penal, en la que tanto oficialistas como detractores del Gobierno cantaban loas a la cárcel y la represión. Las ofertas de nuevos tipos penales y mayor pena para los ya existentes, al parecer se han convertido en una nueva religión que encuentra devotos tanto en derechas como en izquierdas. El espíritu punitivista que animó al Gobierno a impulsar un nuevo código penal, con tres veces más tipos penales que el anterior, fue considerado como “paños tibios” por parte de un sector de la oposición que esperaba una respuesta penal todavía más dura, ante el problema de la inseguridad. De hecho partidos y movimientos contrarios al oficialismo han permanecido mudos y en algunos casos complacidos, frente a la nueva estructura carcelaria construida por el poder. Nuevas cárceles, con mayor capacidad de albergar presos aparecen por todo el país, mientras la propaganda oficialista mediante mentiras y manipulación de números pretende hacernos creer que vivimos en una sociedad más segura. ¿Ha dicho algo sobre esto alguno de los potenciales contendores de la lid presidencial en el 2017? Obviamente que no, siempre es más cómodo cuando se trata el tema “inseguridad”, ser políticamente correcto y apoyar la violación masiva de derechos de los penalmente procesados o al menos hacerse el pendejo y mirar a otro lado. ¿Alguno de los partidos o movimientos ha levantado la voz respecto de las condiciones en las que los privados de libertad son recluidos y hacinados? Solo lo hacen cuando la máquina de picar carne, en que se ha convertido el sistema penal, alcanza a alguno de los suyos. ¿Para qué molestarse en defender derechos de “delincuentes y desviados”, cuando el reclamo social de mayor seguridad ciudadana puede canalizarse por la vía del populismo penal? Al parecer se considera tanto por gobiernistas, como por opositores, que punitivismo y protección de derechos humanos no son términos antagónicos, sino sinónimos. Y luego se ofenden cuando nos preguntamos si todos nos hemos vuelto locos.

Esta locura compartida es justamente una de las fortalezas de la actual estructura de Gobierno, pues en materia de propuestas no hay quien marque una diferencia estructural. Nuestra oposición boba sigue discutiendo el nombre de un nuevo ungido, mientras una propuesta de fortalecimiento institucional y de derechos brilla por la ausencia. Es verdad que nuestra administración de justicia pasa por el punto más bajo y vergonzante de su historia, desde el retorno a la democracia. Eso lo sabemos todos y no es secreto para nadie. ¿Se ha propuesto algo sobre el tema por parte de algún sector opositor, que no huela a “saquemos a los jueces correístas para poner los nuestros como hacíamos antes”? No que yo sepa. Siempre será más fácil hablar de apoyo a emprendimientos empresariales y naderías, que de defensa de derechos. Confiar en que en una mezcla de suerte, desgaste por ejercicio del poder y designio de la divina providencia se pueda derrotar a quienes detentan el poder, a base de sus deméritos y no en los méritos propios; solo así se explica el abismo existente entre el debate ciudadano y el debate partidista. El primero discute derechos, el segundo parcelas de poder. (O)

Las últimas elecciones legislativas, por ejemplo, fueron una oda al populismo penal, en la que tanto oficialistas como detractores del Gobierno cantaban loas a la cárcel y la represión.