Entiendo que Abelardo Pachano ha planteado esta acertada expresión, un colega al que respeto señalaba que es excesiva e insultante, yo creo que deberíamos buscar algo más fuerte y contundente, más fuerte que el “ogro filantrópico” de Octavio Paz. Pero palabras más o menos, eso es el Estado, peor con etiqueta socialista: una enorme maquinaria que con nada se satisface, que busca recursos en todo recoveco, entrometido en toda actividad social, y de baja productividad y utilidad económica y social (las cosas útiles que ciertamente hace no justifican su enorme aparataje). ¿Enormidad? En el 2014 gastó 44.000 millones de dólares, 120 millones de dólares diarios, ¡44% de la economía! ¿Busca todo recurso posible? En estos ocho años, además de cada centavo del altísimo precio del petróleo, la deuda externa para finales del 2015 se habrá casi triplicado, 18 mil millones de dólares adicionales, y ahora husmea en toda esquina: fondos del Magisterio, una parte del 15% de las utilidades de los trabajadores, los autopréstamos de la reserva internacional, y vendrá más.

Esta avidez se sustenta en una necesidad de poder, una visión en la que el Estado debe ser amo y señor, que encuentra su esencia en la dependencia económica y mental de la sociedad, pero además en aspectos más concretos del propio proceso y la propia lógica financiera.

1) El Estado utiliza el llamado proceso presupuestario incremental. Ante cualquiera de sus actividades, planes, proyectos, nunca se hace la pregunta “¿lo que hago es útil y debo mantenerlo?”, sino algo más simple, “si lo hago es porque debe ser útil, por ende la única duda es: ¿cuánto aumento su presupuesto cada año?”. Y así se va apilando lo bueno y lo malo. Nunca aplica el concepto de la presupuestación base cero: como la palabra señala, de vez en cuando arrancar de cero, y preguntarse para qué sirve lo que se hace y cómo se lo hace.

2) Hay la lógica de diciembre, para entonces las instituciones deben gastar todo lo presupuestado, para evitar una pésima consecuencia: el dinero regresa a la caja central, pero sobre todo hay el riesgo de que el año siguiente el presupuesto sea disminuido “porque aparentemente no lo necesitaban”. Pero un menor presupuesto es la peor señal posible: menos poder, influencia, contratos (con todas sus consecuencias), etcétera. Combinado esto con el punto anterior, lleva a lo que todo empleado público sabe que inevitablemente sucede, sobre todo en épocas de bonanzas como hemos vivido: inventarse actividades para justificar la existencia presente y los aumentos futuros.

3) El horizonte y la responsabilidad estatal son diferentes a los de la vida privada. Por ejemplo, cada uno sabe que las deudas las deberemos pagar nosotros mismos, y si no pagamos deberemos asumir las consecuencias. Cuando el Estado se endeuda, o más correctamente dicho, cuando un funcionario endeuda al Estado, él poco tiene que ver con la responsabilidad del repago: ni sale de su bolsillo, ni es probablemente en su propio mandato, e incluso políticamente la responsabilidad la deben asumir otros gobernantes.

¡No nos engañemos: el Estado glotón es una enorme carga para la sociedad! (O)