Los papas, como humanos, tienen cualidades y defectos; son infalibles en poquísimas enseñanzas, cuando en ellas comprometen expresamente la infalibilidad, enseñando como maestro universal en nombre de Cristo. Para comprometer la infalibilidad, ahondan previamente la enseñanza contenida en la Palabra de Dios y la comprensión de la misma por creyentes a lo largo de generaciones. En su enseñanza ordinaria los papas hablan con la autoridad del maestro asistido por el Espíritu de Dios, desde sus cualidades y limitaciones. Pablo corrigió alguna vez a Pedro, el primer papa (Gálatas, 2, 11). Ningún papa, menos aún Francisco, quiere ser idolatrado, sino ayudado. Francisco pide una y otra vez que oremos por él. La luz y fuerza del Espíritu de Cristo, con las que el papa une y guía en la fe y en la caridad a sus hermanos obispos y a las comunidades por ellos encabezadas, se amoldan a las realidades humanas de cada papa. En “épocas de hierro” de la historia, en algunos papas, como el tantas veces nombrado Alejando VI, la imagen de Cristo estuvo muy desdibujada. Recuerdo a los papas desde el grande Pío XII, que protegió a judíos calladamente; todos diversos, todos servidores “a lo Cristo”. Benedicto XVI debe llamarse “el grande”, porque consolida con su renuncia la nueva manifestación de servicio pastoral, sugerida a los obispos en el Concilio Vaticano II. No se consideró indispensable; juzgó que otro podía seguir sirviendo con más vitalidad. El nuevo papa ha sido acogido rápidamente. Los rasgos de su imagen surgen de su interior:

-Humildad: Jorge Bergoglio se preguntaría: ¿por qué me eligieron? Pidió que oremos por él, tendido en el suelo con tal naturalidad, que no hubo espacio para teatralidad. Acoge calurosamente a los niños; el lenguaje adaptado a ellos es comprendido también por los adultos.

-Fomenta la superación de adjetivos rimbombantes, impuestos por fuerza de la costumbre, también a eclesiásticos de corazón humilde. ¿Quién llama a Jesús reverendísimo, excelentísimo o eminentísimo Señor? “Le damos el tú”. Los escudos, recogiendo palabras del Evangelio, son cada vez más programas de vida y menos simbolismo de nobleza.

-La libertad, otra flor de la humildad: no se preocupa por quedar bien, sino por hacer el bien.

-Libertad y fortaleza están operantes en Francisco: logró unir en el Vaticano al presidente de Palestina con el presidente de Israel. Influyó en el acercamiento de Cuba con Estados Unidos. Reconoció el Estado palestino. Recordó el etnocidio de cristianos armenios, cometido durante el Imperio otomano.

-No moldeando sus palabras al gusto de sus oyentes, combate suavemente la enfermedad de personas débiles, que no honran la verdad, sino buscan granjerías.

-Francisco condena el arribismo, también eclesiástico, que causa tanto mal.

-La colegialidad fundada por Cristo fue en momentos cayendo en monarquía en los diversos niveles de la Iglesia. El Concilio Vaticano II la renovó, Francisco le da vitalidad con su ejemplo.

-Lo “dulce en el fondo”: Francisco ora intensamente para recibir luz y fuerza de Cristo. (O)