Un nuevo incidente se ha producido entre el presidente y un joven; más grave esta vez porque se trata de un estudiante de apenas 17 años. Las versiones de los dos protagonistas sobre lo ocurrido se aproximan, inicialmente, bastante: al paso de la caravana presidencial, durante las manifestaciones del Día del Trabajo, el estudiante habría hecho malas señas; el presidente habría descendido de su vehículo a increparlo diciendo: “Muchachito malcriado, aprende a respetar a tu presidente”. Según la versión oficial, enseguida de decir esto, el presidente se habría retirado; según el estudiante, el presidente lo cogió del pecho y lo sacudió, mientras le decía lo mismo que consta en la versión oficial. Añade que de una manera cobarde lo agredieron por detrás varios funcionarios y que detuvieron a su madre. Creo que el presidente, como en otras situaciones similares, se dejó llevar por la cólera; pudo haber ignorado este gesto o dejar que este asunto de policía lo resolvieran los jueces. Con su precipitada actitud se ha colocado él mismo en la picota: la ciudadanía está en este momento preguntándose si hubo o no agresión física, abuso de autoridad, falta a la inviolabilidad de una persona; si creerle –¡qué cosa tan grave para el principio de autoridad!– al presidente o al estudiante.

Las declaraciones de las oficinas de prensa del Gobierno rayan en lo ridículo. Atribuir esto a unos supuestos tirapiedras que se habrían servido del estudiante para provocar el incidente e inducirlo a mentir es poco creíble; el estudiante se encontraba con su madre, y una madre no habría expuesto a su hijo a enfrentarse con el presidente y su escolta; los tirapiedras o quien sea no pudieron haber calculado todo tan meticulosamente para que ocurriera lo que ocurrió. La justificación de oficina de prensa es deplorable: decir que el mandatario actuó como padre, esposo y presidente es afirmar que se trata de una trinidad a la que hay que juzgar como tal. Aquí hay un jefe de Estado y como a tal lo juzga la ciudadanía. Hay que recordar el viejo principio de que quien castiga con ira, no castiga, se venga. Por la responsabilidad que pudiera tener, el estudiante ha pedido disculpas. Me viene a la memoria que durante la invasión a Sicilia, el famoso general George Patton trató de cobardes y abofeteó con su guante a dos soldados que no estando heridos ingresaron al hospital aduciendo un ataque de nervios ante el combate. El general tuvo la grandeza de disculparse públicamente. Creo que bien harían las autoridades en anular la sanción al estudiante; si no lo hacen, muchos iríamos al parque que debe cuidar para expresarle nuestra simpatía. Hay que estimular, no castigar, la rebeldía de la juventud.

El Gobierno debería tratar de comprender la actitud del estudiante, de los manifestantes del 1 de mayo, que expresaron su rechazo a las políticas gubernamentales, al dejar de aportar al Seguro Social. Esas manifestaciones fueron espontáneas, al contrario de la oficial, en que los participantes marcharon contra ellos mismos porque ellos también son afiliados a la seguridad social. Rectificar es propio de gobiernos responsables. (O)