Mi nombre es Ruth Del Salto Díaz. Ecuatoriana, católica salesiana, hija de un hombre valiosamente optimista y una mujer dulcemente estricta que me mira desde el cielo. Soy esposa afortunada y madre agradecida a Dios por la salud que nos arropa, lealtad de los míos y la generosa sonrisa de mi hijo Máximo de casi 2 años. Esa es mi carta más valiosa de presentación, Santo Padre. Eso es lo que soy.  Aumente una bendición. Pude verte a escasos 7 metros.

No puedo ocultar mi emoción infinita desde el país más pequeño del mundo, pero el más dichoso por tenerte como habitante ilustre, Ciudad del Vaticano. No olvidaré cuando en la Santa Sede hiciste tu primer saludo al mundo como papa elegido. Corrió el cortinaje rojo del balcón y con ojos de bondad miraste a tu pueblo, que sufre, que es pobre, que pasa hambre, que tiene sed de justicia, que enfrenta guerras estériles, que es víctima y victimario.  Miércoles 8 de abril, estábamos los tres Álamos Del Salto entre esa multitud de miles y miles, en un punto privilegiado gracias a un generoso gesto de la Embajada de Colombia en Italia. Estuvimos viéndote de cerca, desde aquí y junto a los que formaban la marea humana en la tribuna general te aclamamos con profundo cariño, te hicimos saber que te respetamos y te admiramos. Grité tu nombre sin parar luego de la solemne y reflexiva audiencia, San Pedro debe haber quedado un poco harto y hasta sordo, yo te llamé: “Francisco”, y regresaste a vernos y nos saludaste.  El primer papa latinoamericano, del que me siento orgullosa y que sin desmerecer a sus antecesores, me siento profundamente bien representada. Soy periodista y algo de escritora, siempre narro de ti como “Francisco, el hombre”, el que se funde en un abrazo con los enfermos, el que llama por teléfono a los divorciados, el que repudia la corrupción, la prepotencia, el despilfarro, el que escribe cartas personales preocupado por la realidad mundial, el que siembra un olivo con judíos y musulmanes, el que ha logrado captar la atención de ateos y agnósticos y les ha invitado a plantearse ser pastores con “olor a oveja”, y por sobre todo el que besa con amor de madre a los niños. Te imaginé mil veces besando al mío, no lo hiciste. Había algunos delante de nosotros, pero haber corroborado tu valiosa existencia en este congestionado mundo al que pertenece el mío, me basta. Fui testigo del beso amoroso que diste a los que no cuentan con salud, recorriste esas tres filas donde ubican a los enfermos sin apuro y más de uno quedó aliviado con mirarte. Te pedí telepáticamente, Santo Padre, por la salud de todos los niños.

Hablaste de tus favoritos, tus bambini, children, niños, kínder, enfant, crianza, me faltó el árabe, croata y polaco, cuyo mensaje fue traducido en tu alocución.   Lo dijiste pausado, con ese acento argentino que alarga las palabras, certero y decidido en la primera audiencia general en tiempo de Pascua:  “¡Con los chicos no se juega! Jesús los trató con predilección. Los niños son responsabilidad de todos. Los padres no deberían sentirse solos en la tarea. Ausencia de delincuencia y trabajo digno contribuyen a asegurarles un mejor porvenir. Un niño jamás puede ser considerado un error, el error es de los adultos.  Que nunca más los niños tengan que sufrir la violencia y prepotencia de los mayores”.

Por todo esto y más, me comprometo a ser mejor persona con los niños, a hacer más.

Me alegra que en los próximos días beses suelo ecuatoriano. Que tu mensaje sea bien recibido y aplicado desde el que tiene más poder hasta el que se siente doblegado.

¡Ver tu rostro ha sido hermoso! La televisión no hace suficiente justicia a tu enorme simpatía y cercanía con la gente... Eres alto, con hombros encogidos, quijada baja y sonríes con los ojos. Seguiré admirándote, amándote, orando por ti y tu encendido gran corazón.  (O)