Estoy en Uruguay y me asombra encontrar el arbusto de jazmín de mi infancia que florece desde hace 65 años. Sus flores son pequeñitas y muy perfumadas, está injertado en el tronco de un árbol muy grande, del que tomó la savia, la resistencia y las raíces poderosas, y acopló sus tallos, sus hojas, su savia y sus flores para seguir decenas de años después regalándonos la embriaguez de su perfume que se percibe en toda la cuadra. Pero hay que mirar muy bien para distinguir ese tronco inicial. De hecho los dos están vivos, pero cada uno se ha transformado en el otro, es el otro siendo él.

Me asombra constatar cómo la vida incluye los aparentes opuestos y crea formas nuevas, mejor adaptadas al ambiente en que se desarrollan, casi siempre respetando lo bueno que hay en cada uno, sus posibilidades y su potencial. Y como los seres humanos, observadores, aprenden de ese sistema inclusivo y copian y amalgaman cosas mejores.

Toda la vida es un canto a la inclusión, a la transformación para adecuarse a los desafíos nuevos que se presentan.

Esa inclusión no se hace sin sobresaltos, conflictos, fracasos, esperas, triunfos, y en el caso de las relaciones y propuestas humanas, sin enojos e indignaciones.

Indignación frente a las injusticias, a la impotencia e imposibilidad de hacer algo cuando los poderosos deciden en nuestro nombre y por nosotros.

Cómo no indignarse frente a los miles de migrantes que mueren en el mar Mediterráneo y los asesinatos de la milicia islámica? ¿Cómo no indignarse de saber que en el mundo se gasta más en drogas que en educación o en salud?

La indignación y la ira normalmente deberían conducir a la acción para cambiar aquello que nos indigna y eso requiere una educación para la creatividad que supone aprendizajes laboriosos.

Cocrear el presente y el futuro requiere la diversidad. Y esta es lo más ajena al pensamiento único, a la propuesta única, a la acción única.

La capacidad de adecuarse a los desafíos no viene de la burocracia, instalada en el poder, que cada vez multiplica más los papeleos, los trámites y las exigencias legales para soluciones a problemas a veces complejos. Y cuya preocupación fundamental suele ser cómo mantenerse en el empleo, por eso estanca las soluciones para hacerse imprescindible.

No viene de quienes se enquistan en el poder, con pretextos más o menos válidos que finalmente se destilan en la creencia de que son los únicos capaces de hacer las cosas bien y que sin ellos los demás se equivocan y pierden el rumbo. Se transforma en el poder por el poder.

Viene de quienes están más cerca del problema donde este surge.

Los verdaderos líderes crean los espacios para que todos los que tienen algo que aportar puedan hacerlo, sin que pidan, cuando son políticos, a los demás ser parte de su partido, movimiento o sindicato. No exigen que les firmen un papel en blanco, sino que aceptan y escuchan a todos sin perder la capacidad de decidir.

El arrayán se transformó en jazmín, el jazmín tiene raíces de arrayán. Ambos son necesarios el uno al otro y desde la diversidad se convirtieron en lo que son. (O)