El tango Cambalache es un clásico del inicio de la decadencia argentina en los años 30 del siglo pasado que ofrece una clara descripción de cómo una sociedad llega a los niveles más bajos de su vida cívica. Discépolo vio claramente cuando ese país comenzaba su acelerada caída en pendiente. Describe con lujo de detalles cada momento y por sobre todo, cómo desde la vida cívica se tolera la mediocridad, chapucería e inmoralidad como parte normal de ella. Muchos no lo ven en su actividad cotidiana y varios otros desde la llamada posmodernidad lo ofrecen como: opción y alternativa. La cuestión es contestar desde la farsa lo que la vida cotidiana de la política nos ofrece como representación en vivo de la decadencia moral.

No hace falta más que ver quiénes se ofrecen como candidatos a cargos públicos en varios comicios latinoamericanos. Los hay desde payasos hasta modelos promiscuos, pasando por presentadores de televisión de programas ligeros hasta equilibristas reales o inventados. El espectáculo de la decadencia se representa de esa manera con absoluto desparpajo sin que nadie se anime a pararlos. La cuestión ha llegado a tal punto que los programas de farándula en uno de los pocos países que distinguía como en la definición marxista de la separación de clases, hoy el espectáculo es la política y los políticos y no las vedetes o comediantes de toda laya. Estoy hablando de la Argentina, la que hasta los años 30 del siglo pasado era una referencia cultural no solo de América Latina sino del mundo y que se encuentra sumergida en una ciénega tan pestilente como repudiable. La banalización de la política ha supuesto el fin de las instituciones cuyos representantes son más o menos considerados en función del papel que representan en la decadencia de ese país. Pero el caso no es solo de este país. Los vivimos en varios de los nuestros donde el modelo solo permite que la farandulización de la política sea el único mecanismo posible para entretener en una ópera bufa que requiere de compromisos y de responsabilidades.

El payaso Titirika en el Brasil es otra muestra. Reelecto para el cargo de parlamentario en la primera ocasión fue más noticia por si cumplía con el mandato constitucional de saber leer y escribir que por su real capacidad de representar a la sociedad desde una capacidad desconocida. Para los electores, votarlos es una manera de sancionar a la “clase política” incompetente y amoral que la ha venido gobernando desde hace mucho tiempo.

También es un duro ataque a los partidos políticos sin ideas ni discusiones que promuevan la renovación de sus cuadros pero que creen que escogiendo a los faranduleros por delante en sus listas seguirán llegando a remolque en los congresos y presidencia.

La política posmodernista sirve para describirnos lo que no funciona. El desafío es buscar desde una real política al servicio de la gente, personas que la reivindiquen de verdad y no las que terminan de humillar en el fango que describe magistralmente Discépolo en el tango Cambalache. (O)

Para los electores, votarlos es una manera de sancionar a la “clase política” incompetente y amoral que la ha venido gobernando desde hace mucho tiempo.