La semana pasada, Lucio Gutiérrez circuló por varios medios informativos para dar su visión de lo ocurrido 10 años atrás cuando fue sacado del palacio de Gobierno en un helicóptero militar. El expresidente repitió básicamente dos argumentos: que fue víctima de una conspiración de los generales, y que detrás del golpe estuvo el financiamiento de Chávez, quien en varias ocasiones habría intentado persuadirlo, sin éxito, para que tomara una ruta política distinta. Hizo afirmaciones muy audaces, que distorsionan completamente los hechos, como que en la manifestación final de los forajidos hubo presencia de efectivos de las FARC. Y elogios poco creíbles de su gestión, como la defensa de un manejo técnico y no político de la economía (como si existiese una técnica liberada de implicaciones políticas).

La versión de Gutiérrez contribuye muy poco a nuestra comprensión de las causas de su caída, a la vez que nos llena de malos entendidos frente a la historia política reciente del Ecuador. La ausencia de una explicación adecuada de lo ocurrido nos lleva a seguir operando en tinieblas frente a nuestro pasado inmediato, o a tragarnos algunos de los cuentos recientes sobre acontecimientos dramáticos –como el 30S– que vuelven como fantasmas cuando hablamos de caídas y golpes. ¿Por qué cayó Gutiérrez? Por su debilidad política como presidente; porque carecía de un bloque parlamentario mayoritario, lo que le dejó vulnerable a un Congreso dominado todavía por los partidos tradicionales, y expuesto a la pugna de poderes; por haber prometido un programa de gobierno posneoliberal y ejecutado uno completamente distinto; por su ruptura con los indígenas, que lo dejó aislado de las organizaciones populares; por una alianza suicida con el PRE y Abdalá Bucaram para eludir un juicio político que se cocinaba desde filas socialcristianas; por el asalto a la Corte de Justicia –la tristemente célebre ‘Pichicorte’– que provocó impresionantes movilizaciones en Quito a favor de la democracia y la independencia de poderes; y más adelante por una semana entera de protestas forajidas. Tal como ocurrió en la caída de Bucaram, y en parte en la de Mahuad, los militares intervinieron al final de un largo proceso cuando resultaba ya claro que el presidente había perdido toda posibilidad de gobernar.

Frente a la historia política reciente se hace necesario entender por qué los presidentes cayeron, en qué condiciones y luego de qué procesos sociales y políticos. Necesitamos versiones más objetivas de los fracasos presidenciales para entender mejor la fragilidad de nuestras instituciones democráticas y descifrar con mayor precisión las lógicas que mueven a los actores políticos y sociales en sus luchas por el poder. Los testimonios de Gutiérrez muestran una preferencia por agitar el fantasma de actores conspirativos y desestabilizadores, moviéndose desde las sombras, como explicación a fracasos políticos. Unos presidentes buenos, impolutos, comprometidos con la patria, traicionados por unos cuantos conspiradores, terminarían siempre injustamente echados del poder o desestabilizados. Ese relato de nuestra conflictividad social y política solo favorece las tendencias autoritarias en el poder, como en la actualidad, o el sistemático encubrimiento del pasado, como pretendió Gutiérrez en su recorrido mediático de la semana última.(O)