“…Unos dicen que aquí, otros dicen que allá…” canta Silvio partiéndose en dos, pero la política no es una canción de armónicos acordes, ni la democracia una mágica fórmula, donde mitad más uno más el menos uno de la otra mitad convivan pacíficamente.

Cuando estudiante escuché de democracia, demos-krátos (gobierno del pueblo), como la menos imperfecta de las sociedades, pero difícil de consensuar. Hoy está relegada al simple ejercicio electoral, donde una mayoría decide y una minoría objeta al gobierno elegido que, en ocasiones, termina radicalizándose para neutralizar la oposición.

Platón preguntaba si debemos creer que el verdadero gobierno está en un solo hombre, un pequeño grupo, en la multitud, en la riqueza o pobreza, en la fuerza o el libre consentimiento, en el uso de leyes escritas o en la falta de ellas. El autor Macpherson señalaba: “La única forma de impedir que el gobierno desposea al resto de la gente es hacer que la mayoría de toda la gente pueda revocar con frecuencia a los gobernantes…”, dialéctica popular que transforma “minorías” en “mayorías” o viceversa, cobrándose promesas incumplidas.

Gobiernos electos “democráticamente” enfrentan cuestionamientos por casos de corrupción, donde la política, presa de capitales empresariales, está siendo deslegitimada por el pueblo en las calles. También existen boicots de intereses extranjeros aliados a opositores locales, que excusados en la “democracia” tratan de derrocar gobiernos legalmente constituidos, y estos en nombre de la misma democracia, reprimen defendiendo el mandato popular. Recientemente la democracia eligió por tercera vez consecutiva a un presidente y despidió entre aplausos a otro, que la usó sabiamente en polémicos asuntos de Estado.

La democracia debe ensamblarse a la política como herramienta de consenso que valorice las “minorías”, en forma directa, representativa o participativa, sin mordazas, sin miedos. Para Jorge Amaya, de lanacion.com, el concepto de “mayorías” y “minorías” en democracia varió radicalmente, ya no es definida como el poder absoluto de la mayoría, sino como el compromiso constitucional con los derechos de las minorías, derivando en ciertas limitaciones institucionales y sociales a la soberanía mayoritaria, apareciendo el concepto de “democracia constitucional”, donde su utilización debe abarcar solo algunos campos del conflicto social, agotando las vías de consenso mediante negociaciones.

El presidente Mandela integró a la minoría, legitimó el rugby, que para la población negra simbolizaba la opresión blanca, logrando gobernar con estabilidad política. Omar Carrillo en ‘Mandela y los Springboks’, reproduce el testimonio de Tokyo Sexwale del Consejo Nacional Africano, cuando refiriéndose al Mundial de rugby de 1995 afirma: “…Aquel fue el momento en el que comprendí con más claridad que nunca, que el fin de la lucha de liberación de nuestro pueblo no era solo liberar a los negros del cautiverio, sino, todavía más, liberar a los blancos del miedo. Y allí estaba. ‘¡Nelson! ¡Nelson! ¡Nelson!’ El miedo que se disipaba”. Y lo hacía para mayoría y minoría, el símbolo que los separaba empezaba a unirlos.

La verdadera democracia debe liberar al ciudadano del miedo por ser “minoría” y al gobierno del miedo a las “minorías”. Quizá los gobernantes deban “partirse” en dos como Silvio, o emular a Mandela, utilizando inteligentemente las herramientas que puedan acercar a “mayorías” y “minorías” hasta convertirlas en una.(O)