De acuerdo con las últimas encuestas publicadas, además de una clara pérdida de popularidad del régimen, se muestra un ostensible crecimiento del número de personas que no creen en la palabra del presidente. Esta baja de credibilidad de la palabra presidencial nos suena a paradoja, si tenemos en cuenta que la campaña mediática orquestada por la maquinaria propagandística del Gobierno ha girado alrededor del “valor de la palabra”, entendida como el cumplimiento, veracidad y coherencia de aquello que se afirma y se ofrece. Cuando hablamos de “coherencia” según la Real Academia Española de la Lengua, nos referimos a posiciones lógicas y consecuentes con una posición anterior, asignatura en la cual de acuerdo con la mayoría de los encuestados, Correa pierde el año. Somos más quienes no creemos en la palabra del presidente, que quienes todavía confían en él.

¿Qué pasó? ¿Cuándo se acabó el encanto presidencial? ¿Ha comenzado el presidente a faltar a su palabra y por tanto a perder credibilidad? Desde mi punto de vista no. De hecho creo que nos mintió desde un principio y su popularidad se mantuvo intacta, lo que quiere decir que para el gran electorado, no es la verdad ni la coherencia lo que realmente importan, sino la capacidad de satisfacer de mejor manera sus necesidades. Es más o menos como la esposa engañada, que está dispuesta a voltear la vista a otro lado, cuando de las infidelidades de su cónyuge se trate, mientras este cumpla a cabalidad el rol de buen proveedor. Recordemos el bombardeo de Angostura del 2008, en el que perdió la vida alias Raúl Reyes, entonces segundo comandante de las FARC, en el que además se incautaron los computadores de este, en los cuales, a decir de los militares colombianos, aparecían algunos funcionarios de gobierno como cercanos al grupo insurgente. Enseguida el presidente Correa fue enfático en señalar que su gobierno no tenía, ni había tenido relación alguna con dicho grupo.

Días después José Ignacio Chauvin, quien había ocupado el cargo de viceministro de Seguridad, afirmó categóricamente haber mantenido siete reuniones con el comandante Reyes y que incluso la última de las mismas se habría celebrado tres días antes de su muerte. El tema no quedó claro y entonces con la enorme popularidad del presidente intacta, se acusó de traidor a la patria a todo aquel que quisiera hurgar un poco más allá.

Esta misma popularidad no se vio mermada en absoluto, las quince o más veces en que ha amenazado renunciar a su cargo, si no se sometía tal o cual función del Estado a sus caprichos, sin que jamás hubiera cumplido tales ofrecimientos. Tampoco creo que la credibilidad de su palabra hubiera sufrido mucho, cuando dijo que ponía las manos al fuego por su primo Pedro Delgado y su supuesto título de economista.

Posteriormente, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador certificó que ni siquiera había egresado de la carrera de Economía. Aún más, cuando toda la farsa fue evidenciada y el propio Delgado reconoció haber utilizado un título falso para acceder al Incae, el presidente nos aseguró que el viaje de su primo a Miami se debía a una fiesta familiar, luego de la cual vendría a responder ante la justicia. Al parecer la farra está buena, porque ya han transcurrido casi tres años y no se ha dejado ver las narices por acá.

Recordemos los años en que las preferencias electorales lo favorecían, amenazaba con convocar a ejercicios de democracia directa, cada sabatina y fiestas de guardar. “Ganen en las urnas” espetaba a los opositores, cuando se le acusaba de autoritario y poco democrático. Después de la paliza recibida el 23 de febrero de 2014 las cosas cambiaron y ahora las urnas se han convertido en una especie de recinto satánico del cual debemos huir todos. Ya no le gustan las elecciones y acusa de golpistas o financiados por transnacionales, a cuanto grupo se atreve a proponer medirse por la vía del voto. Si no me creen, pregunten a los Yasunidos. ¿Puede darse a esto algún valor de coherencia?

De igual forma, cuando candidato y posteriormente como presidente en ejercicio, reconoció verbalmente y por escrito la deuda que el Gobierno tiene con el IESS, existiendo incluso acuerdos firmados con su puño y letra. Ahora por arte de magia, la deuda desapareció y resulta que no se le debe nada a la seguridad social. Aún más, se ha dado cuenta de que lo mejor para el país es eliminar el aporte estatal del 40% a las pensiones jubilares. Sin dejar de mencionar la cacareada supuesta participación de la CIA en las marchas organizadas por grupos opositores y su retractación horas después y por escrito, o la negativa para que un grupo de legisladores alemanes pueda constatar directamente la afectación del Yasuní. El marido no se volvió infiel y por eso es ahora repudiado por su esposa, solo que ahora perdió el empleo y se quedó sin plata. (O)

¿Ha comenzado el presidente a faltar a su palabra y por tanto a perder credibilidad?