Mientras por un lado el discurso moderno impulsa a la mujer a romper con las ataduras que el patriarcado le echó encima durante siglos, por otro, la cultura insiste en mantenerla atada. Lo hace más que nada desde el atractivo lenguaje de la ficción en el cual las telenovelas y las canciones tienen un punto notable. ¿No provendrá de allí, en parte, el sueño prematuro del amor que aunado al bombardeo erótico impulsado por las hormonas, empuja a las iniciales relaciones que explican tanta adolescente embarazada?

Lo cierto es que la biología se entreteje con la cultura en una inextricable red casi imposible de separar, aunque los caminos del mundo pragmático y exigente inspiren soluciones a las siempre crecientes necesidades. Por ejemplo, necesidad de que la mujer se desenvuelva en el mundo público. Necesidad de ella, como ser inteligente y armado de talentos para toda clase de desempeños y necesidad de la sociedad, para crecer a costa del aporte femenino en la dimensión laboral e intelectual.

Esa armonización que tanto le ha exigido a la fémina, al punto de vivir la doble jornada –labor doméstica y labor profesional– y aún de seguir calzando con el culto a la imagen de belleza y seducción que se espera de ella, es una de las mejores habilidades de la mujer de hoy. Es verdad que ahora cuenta con leyes favorables para los tiempos de embarazo, parto y lactancia, que tiene también compañero más colaborador en la atención de los hijos y del hogar, que los abuelos se ven compelidos a ayudar en esos angustiados traslados al empezar el día y que el servicio doméstico sigue siendo un lujo de varias capas sociales; con todo eso a su favor, se yergue el hogar de muchas familias.

El asunto clave de este artículo es que, en medio de ese marco, hay que darle puesto a otras posibilidades de vida que no pasen necesariamente por este modelo. La paternidad y la maternidad deben ser una posibilidad en la vida de los seres humanos, no una obligación; no necesariamente todas las relaciones amorosas llevan a la reproducción y las existencias dedicadas a otros cometidos que no sean los familiares y procreadores se dejan ver por todas partes. Hasta, diría yo, permiten entregas personales más comprometidas y profundas a actividades socialmente positivas. Esta realidad la defiende la Iglesia católica para mantener el celibato de sus religiosos.

La elección de ciertas mujeres por la no maternidad se les hace a ellas cuesta arriba frente a una sociedad obsesionada por los hijos. Se usa el lenguaje de la sublimación y una buena cantidad de clichés con los que se les sale al paso a las jóvenes solteras o sin hijos: “Una mujer solo se realiza cuando es madre”, “la maternidad es la más sagrada de las entregas”, “solo una madre sabe lo que es el amor a los hijos”. Peligroso y excluyente. Excluye a los varones del noble sentimiento procreador o, al menos, lo minimiza. Es peligroso porque da pie a otra clase de subvaloración y menosprecio. Que las mujeres decidan si quieren ser madres, que no lo sean “por accidente” es lo deseable. (O)