La vida da sorpresas, eso pensé cuando en días pasados leí en un diario español la reciente historia de Ruanda, un pequeño país africano, sin salida al mar, que hace 20 años sufrió un genocidio de terribles proporciones, con más de ochocientos mil muertos en apenas cien días y cerca de dos millones de refugiados como consecuencia de los enfrentamientos tribales entre los hutus y tutsis. Recuerdo particularmente una película denominada Hotel Ruanda, que narra la historia del director de un hotel en Kigali, y todas las proezas que tuvo que realizar para salvar la vida de los turistas, de su familia, de sus empleados y finalmente de miles de personas en los días previos a la guerra civil.

Las secuelas de la guerra fueron terribles, ya que adicionalmente las infraestructuras básicas del país quedaron destruidas, al punto que hasta el año 1998 el país vivía exclusivamente de la ayuda internacional, siendo mínimas las expectativas de desarrollo para sus doce millones de habitantes en tan solo 26 kilómetros cuadrados. Sin embargo, a partir de que asumió el poder Paul Kagame en el año 2000, la situación cambió drásticamente al punto que en la actualidad se describe a Ruanda como el país de mayor crecimiento económico y desarrollo en África, un lugar en el que “la población está más sana y educada que nunca, la economía despunta, la corrupción es mínima y la inversión exterior aumenta”, ubicándose el país africano entre los 20 estados que más crecen en el mundo. Ruanda creció entre el 2001 y el 2014 a un ritmo del 9% anual, redujo su tasa de pobreza en un 15% sacando a 1,2 millones de ruandeses de dicha situación, con otros datos realmente significativos si se toma en cuenta el estado de destrucción casi total al que llegó el país hace apenas 20 años.

Así, por ejemplo, son múltiples los elogios a su sistema sanitario, ya que el 98% de los habitantes tiene sanidad pública, la mortalidad infantil ha caído en un 60% y el sida y la malaria han disminuido en un 80% en los últimos 10 años, con porcentajes tan significativos también en el campo de la educación, habiendo logrado tasas de escolarización en primaria del 95%. Pero lo que hace más sorprendente el crecimiento de Ruanda es que el país no tiene petróleo ni materias primas, es decir que realmente su gobierno ha tenido que ser recursivo al momento de planificar tan importante crecimiento económico. ¿Cómo lo hicieron?: en realidad se señala que la base del éxito ha sido la perseverancia del presidente ruandés, quien ha tratado de seguir –respetando las diferencias culturales y económicas– las fórmulas de Singapur, haciendo suyos varios de los principios que sirvieron para convertir al pequeño país asiático en una potencia.

Hay que reconocer que a pesar de su enorme éxito, Ruanda sigue siendo uno de los países más pobres de África, lo cual no impide admirar el esfuerzo desplegado para sacar a un país de la postración. Al batir Ruanda los récords de crecimiento económico y desarrollo, nos recuerda la importancia de identificar las características de los verdaderos milagros económicos, no de aquellos espejismos que se presentan como tales. (O)