Es muy extraño que, teniendo a su disposición eficaces tecnologías de comunicación, el presidente Rafael Correa diga que se entrevistará con el papa Francisco en el Vaticano “para ultimar detalles de su visita y para expresarle la gratitud del pueblo ecuatoriano”. ¿No puede agradecer por teléfono, correo electrónico, carta pública o a través de canales diplomáticos existentes? El presidente Correa nunca ha viajado previamente al país de ningún jefe de Estado visitante para “ultimar detalles”. ¿Se compadece este desplazamiento con nuestra actual situación económica que exige austeridad en el gasto estatal?

Tal vez el pretexto sea el hecho de que el mandatario irá a un taller sobre cambio climático organizado por las Naciones Unidas para el Vaticano. ¿Pero qué podrá opinar en ese foro un gobernante que decidió explotar el Yasuní en contra de la opinión de los ecologistas mejor informados del Ecuador y del mundo? En fin, en pocos días Rafael Correa y Jorge Bergoglio estarán frente a frente, quizá departiendo a solas. Y acaso muchos imaginen que ambos líderes buscan fines similares en las misiones que les han encomendado, pero lo cierto es que los conceptos y los medios que emplean en el ejercicio de sus funciones son harto diferentes.

El papa Francisco ha llamado a la unidad espiritual y ha realizado acercamientos con comunidades judías, musulmanas y cristianas ortodoxas; Francisco se presenta con una verdad poderosa que da inmenso valor a los preceptos de otras confesiones religiosas. El presidente Correa parece gobernar únicamente tomando en cuenta a quienes se postran ante los dictados de la partidocracia oficial. Francisco declara su incomodidad con la vanidad del poder y las rígidas jerarquías (basta recordar dónde y cómo vive). Correa no tolera ninguna acción, por aislada y pequeña que sea, que lesione lo que él considera su majestad del poder.

Bergoglio predica y practica la humildad como condición de una nueva vida; con frecuencia confiesa que ha pecado, que se ha equivocado, que necesita de la oración de los otros. Correa exige que otros le pidan disculpas públicamente, desconoce la autocrítica, siempre se erige como único dueño de la razón y ha lanzado contra quienes disienten con él la maquinaria estatal que ha puesto a sus pies. Francisco lava los pies de los encarcelados y ve en el prójimo que se ha alejado de la fe no un competidor sino un hermano. Correa gobierna inventando enemigos peligrosos a quienes persigue sin piedad porque cuestionan sus decisiones políticas.

Francisco piensa y actúa como pastor y se distancia de la soberbia del poder. Correa desprecia y descalifica a quienes han perdido en las urnas. En 2005 Ratzinger y Bergoglio disputaron el papado. Correa es un ganador y Bergoglio es un perdedor. Mas Francisco sabe que abajarse no es perder. La audiencia en Roma es el lunes 27 de abril. Días después, el viernes primero de mayo, Correa ha llamado a una movilización para que aquellos miles y miles de trabajadores que marchan en su día clásico sepan que él desprecia su derecho a protestar porque él cree que sus partidarios son más. Francisco invita a sentarse a todos en la misma mesa. Correa propicia el enfrentamiento entre ecuatorianos. (O)