Como es de conocimiento público, en el marco de la VII Cumbre de las Américas desarrollada en Panamá hace pocos días, el presidente Correa calificó a la prensa latinoamericana como “mala, muy mala”.

Pienso que el mandatario tiene derecho a opinar acerca de la prensa latinoamericana y de calificarla de “mala, muy mala”, si considera que es así. Lo tiene porque él –como todos los ecuatorianos–, vive en un país democrático, y la Constitución lo faculta para opinar sin ningún temor, inclusive cuando sus argumentos sean altamente cuestionables.

Y es que vivir bajo un régimen democrático significa precisamente eso: deberes y derechos, como el de ejercer nuestra libertad. En el ámbito político, por ejemplo, cuando son las elecciones, es la sabiduría y el derecho de los pueblos lo que determina quién es bueno y quién es malo para decidir el destino de millones de ecuatorianos. (Claro que a veces la sabiduría del pueblo nos juega malas pasadas y se demora mucho, mucho tiempo en darse cuenta de que lo que parecía bueno, resultó no solo ser malo, sino pésimo). En este escenario el presidente, lleno de júbilo, en repetidas ocasiones nos ha dado el mensaje de que el pueblo sí sabe lo que le conviene, que sí discierne entre la verdad y la mentira y que no se deja engañar, que somos muy intuitivos, que por esas razones él ganó en todas las elecciones a las que se presentó. En efecto, eso ha ocurrido.

Entonces si eso es así, me pregunto, ¿por qué será que el presidente cuando se trata de la libertad de expresión y los medios, no confía ya en la sabiduría ni intuición de ese mismo pueblo que le ha dado el voto muchas veces y nos impone a la Secom y no sé qué más? ¿Por qué será que piensa que sí podemos diferenciar la verdad de la mentira, pero no tenemos capacidad para discriminar qué prensa es buena y qué prensa es mala? ¿Por qué será que cree que la ciudadanía no ve, lee ni escucha la práctica periodística de los medios afines al Gobierno y hacemos conclusiones?

La ciudadanía, insisto, es lo suficientemente sabia como para identificar a la prensa que practica lo que dijera el maestro Ryszard Kapuscinski, (1932-2007. Periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta), y aquella que es impúdica, manipuladora, sentenciadora, dirigida:

“El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”.

Gracias a esa clase de prensa es que la ciudadanía se entera de asuntos malos, muy malos, como el vergonzoso caso Duzac; y por esa misma prensa sabemos que los responsables fueron sentenciados culpables, resta ahora enterarnos de que la sentencia ha sido ejecutoriada. Y cuando lo informa la prensa que la intuimos independiente, entonces, nos sabe mejor.

El presidente debe confiar en nosotros, en nuestra capacidad analítica y ya no preocuparse por esto, porque la ciudadanía sapiente diferencia quién es quién, aunque –reitero– a veces nos equivoquemos y nos tome algún tiempo rectificar. (O)