Lo mejor de la Cumbre fue que, como ocurrió en Panamá, el excelentísimo señor presidente de la República no habló en inglés sino en español y por eso se le entendió todito. Dijo que la prensa latinoamericana es mala, muy mala, y por eso es mortal para la democracia.

Y así mismo ha de ser, porque justo en esos días a un analista inteligente, culto, que tenía su programa radial crítico al Gobierno, el dueño de la emisora le llamó y le dijo que su espacio quedaba clausurado porque sus comentarios le podían causar graves perjuicios (¿en la publicidad?, ¿en la renovación de la frecuencia?) y dejar sin empleo a las sesenta personas que allí trabajan. El comentarista –ante la posibilidad de causar una hecatombe laboral– se fue nomás. O sea ganó la democracia. Se salvó de que la mataran, según la doctrina del excelentísimo señor presidente de la República.

La buena prensa, en cambio, es buenísima y es la que hace vivir a la democracia. Si no, revisen los periódicos oficiales, vean las cadenas de radio y televisión, admiren los letreros y las propagandas. ¡Pura democracia!

Además, es talentosa, imaginativa, hecha por profesionales del gobiernismo (¡ay no, qué bruto!, del periodismo quise decir) que saben que ante todo hay que decir la verdad y solo la verdad.

Por eso, con solo la verdad, para incentivar el turismo nacional seleccionaron a un grupo de 40 ecuatorianos (y ecuatorianas) que querían ir a pasar unos días en el exterior y les aseguraron que iban a Costa Rica, en un viaje a ciegas. Pero los turistas aterrizaron en Tena. Como había que hacerles creer que estaban en Costa Rica, los genios de la imagen pusieron sellos de Costa Rica en los pasaportes, bloquearon los celulares para que creyeran que estaban fuera del país, readecuaron el aeropuerto e instalaron una tienda de artículos costarricenses, pegaron pancartas de Costa Rica en los buses y hasta cambiaron las señales de tránsito.

Todo ese montaje impecable demuestra que los publicistas, tan inteligentes ellos, tan vivos, tan ágiles, pueden hacer aparecer y desaparecer la realidad de un plumazo y distorsionarla según sus deseos. Son tan creativos que pueden reducir a solo cinco mil personas una marcha de cien mil para –igual que a los turistas que viajan a ciegas– presentar como auténtico un hecho desfigurado.

Lo mismo que a los turistas ciegos, los geniales publicistas cotidianamente nos llevan a viajar por barriadas idílicas donde han sido atendidas todas las necesidades de los pobres, por hospitales impolutos donde hay médicos y medicinas, por escuelas que son todas del milenio, por carreteras sin sobreprecio, nos muestran cifras incontrastables de una economía boyante, un Seguro Social que atiende a todos (y todas) y no necesita ni veinte centavos de aporte del Estado y, en fin, nos hacen transitar por la senda que ellos trazan hasta que aterricemos en un territorio perfecto, ideado por mentes lúcidas, construido por manos limpias y palpitante de corazones ardientes.

Esos periodistas y publicistas de la prensa buena son los que nos muestran la verdad y solo la verdad. Y el que se atreva a decir lo contrario se va, como el comentarista que se fue. (O)