En su texto canónico sobre la interpretación de los sueños y en su libro sobre el chiste, Sigmund Freud utiliza la vieja anécdota del “caldero prestado” para explicar la falacia automática. Un campesino reclama a su descomedido vecino por devolver agujereado un caldero nuevo prestado. El aludido responde: en primer lugar, yo te lo devolví intacto; en segundo lugar, el caldero ya estaba agujereado cuando me lo prestaste, y tercero, tú jamás me has prestado ningún caldero. Si el pensamiento es una producción de nuestro inconsciente, la falacia automática es un recurso defensivo inconsciente para evadir la responsabilidad por nuestros actos y por nuestras deudas, mediante una serie de proposiciones sucesivas –enlazadas por una seudológica– que desmienten progresivamente la realidad. El resultado final puede parecer tan absurdo como los sueños, o tan cómico y pueril como algunos chistes. No se trata de “mentiras” ordinarias. Es una “verdadera desmentida” de la realidad, aunque ello suene a oxímoron.

La posición del Gobierno del presidente Rafael Correa frente a la deuda del Estado con el IESS recuerda la falacia automática, aunque este caso no tiene nada de cómico. La desmentida gubernamental resulta más bien dramática, porque amenaza la estabilidad de nuestros jubilados y la confianza de los ecuatorianos en nuestro gobierno al intentar disimular la insuficiencia de dinero estatal para cumplir ese compromiso. Sin embargo, al ser la falacia automática un proceso inconsciente para quienes la producen, los voceros gubernamentales están convencidos de la verdad de su razonamiento. Este mecanismo no implica debilidad intelectual de los sujetos, sino incapacidad para confrontar realidades insoportables. Lo que no se quiere admitir públicamente, en este caso, es que esta falacia es un efecto de la imposibilidad para aceptar que el Estado no tiene dinero para asumir un compromiso previamente adquirido con el IESS. Como en el clásico ejemplo analizado por Freud, la falacia automática se sostiene en supuestos argumentos tan deleznables como aquel de que “el Estado y el IESS son uno solo”, contradiciendo la confianza de los ciudadanos en el sistema de la seguridad social ecuatoriana.

Mientras los voceros gubernamentales hablan de bonanza y superávit del IESS y de una naciente no dependencia del petróleo (sic), los economistas críticos hablan de una economía nacional que enfrenta dificultades, y muchos ecuatorianos ya resienten los efectos de la crisis (excepto los concesionarios de la propaganda gubernamental). Esta es la clase de situaciones y oportunidades históricas que los estadistas aprovechan para dirigirse a la nación, admitir la falta e invitar a todos los ciudadanos a apretarse los cinturones para salir de la crisis. Pero nuestra tierra nunca ha dado estadistas y ese es el discurso que jamás pronunciará este Gobierno. En lugar de admitir que el caldero está agujereado, el régimen se empeña en desmentir lo evidente. ¿Qué pasaría si el presidente Correa se dirigiera a la nación para reconocer públicamente que hay problemas y solicitar la colaboración de todos hacia una dirección precisa? No dudo de que todos los ecuatorianos estaríamos dispuestos a colaborar, incluso aquellos que lo acusan de imprevisión y despilfarro. Porque siempre inspira más confianza uno que asume la falta, que otro que la desmiente empecinadamente. (O)