Carlos Piana Castillo

Destapamos la problemática, ya casi de magnitudes eternas, sobre la diferencia entre lo que de hecho es y lo que pensamos o entendemos que es. Y damos paso a servir la problemática: ¿existe la belleza? O simplemente hay locos que se ilusionan con un amanecer, o con un cuadro de Rembrandt, o con una copa de vino.

Tal discusión tendrá para algunos una sensación áspera; para aquellos que tienen un paladar egoísta y utilitarista, acostumbrado al corto placer del caramelo de ocupar un cargo o ganar tal cantidad de dinero. Para otros, en cambio, la discusión dará una sensación aterciopelada: los que descubren que la vida hay que pelearla y amarla con sus alegrías y sinsabores, los que descubren fuera de sus intereses cosas más importantes. En definitiva, la gente que tiene el paladar de descubrir diferencias entre varios tipos de vino y disfrutar esa experiencia singular, y no los que lo toman con indiferencia o por quedar bien. Esta copa de vino es para la gente que sabe querer por igual a uno que tiene un aroma floral y a otro afrutado, es decir, los que saben catar y querer a la gente por lo que son.

Se cuenta que Kafka paseando por Praga con su amigo Janouch le decía: “La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad”. La juventud es sinónimo de esperanza y de apertura, como mencionamos, listo para salir de sí porque encuentra que lo importante está fuera de sus intereses. Para ver la belleza hay que estar abierto a ella, esperanzado en alcanzarla, pero queriendo encontrarla. Mucha gente está supuestamente abierta, pero realmente encerrada en los esquemas políticamente correctos de la que se supone es la “madre ciencia”; en el caso del vino, la enología. Claro está que es muy distinto el decir y el ser y hacer. Transmito, si alguno se interesa, la invitación de Kant: Sapere aude! (Atrévete a saber), y no a fingir tener paladar y sí memoria.

Y Janouch, interesado por la afirmación, le preguntó: “¿Entonces la vejez excluye toda posibilidad de ser feliz?”. Y Kafka respondió: “No. La felicidad excluye a la vejez. Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece”. La juventud será entonces la sincera búsqueda, esperanzada, de superar prejuicios (solo me gusta el vino tinto, no me gusta el vino espumoso, etcétera) para encontrar la belleza. La belleza que te saca de tu subjetividad para encontrarte con que hay algo en esa cosa bella que no tienes idea de qué es, que no te lo inventaste sino que está ahí y no entiendes pero te gusta. En tema de gustos no hay cómo discutir porque infinitos factores confluyen en esa formación, pero la belleza supera esa subjetividad, porque vemos algo verdadero en ella aunque lo gustemos de forma distinta.

Sin más se acaba la copa. Y pienso, ¿podré conocer mejor la siguiente o me sabrá igual? Juventud. No cerrarse nunca, esperanzados, buscando la belleza que nos libere de nuestra subjetividad, de nuestros intereses, para buscar al resto, para mirar arriba, para conocer la verdad que nos libere. (O)

La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento.