En la “época de la partidocracia” cuando el precio del barril de petróleo era de 7 dólares y el costo de producción, de 11 dólares, los problemas de salud y de educación se resolvían con paro de servidores públicos, que era una política de Estado.

Un gobernador de Guayas con buen criterio dijo un día: el paro de servidores públicos no está permitido, la ley es la ley; y en un día terminó el paro de la salud. Días después se reanudó el paro y no se volvió a hablar que la ley es la ley. En Quito, un hospital estuvo en paro como seis meses, y en un hospital de Guayaquil en unos tres meses solo se atendían las emergencias y los pacientes hospitalizados, al personal se le pagaba puntual los sueldos, lo “normal” eran las colas y atropello, y en todos los medios se decía que los culpables eran los médicos y servidores públicos. Nadie del pueblo se quejó que un familiar se haya agravado o muerto por falta de atención en los hospitales. Todo paro produce pérdidas económicas, y cuando le preguntaron a un funcionario cuánto estaban perdiendo las instituciones con cada día de paro, no supo contestar. Lo que pasaba era que todos los afiliados que necesitaban atenderse, fueron en estrechez atendidos por emergencia y hospitalización. En tiempos de crisis los médicos tuvieron autonomía para administrar su tiempo y los escasos recursos, para la atención de una demanda real al extremo mínimo. El hospital en lugar de perder, se había ahorrado lo que se gastaba en sobrediagnósticos, tratamientos, exámenes complementarios y en medicalización innecesaria de otras actividades propias de la vida.

En la “época del milagro de la academia”, cuando el precio del petróleo es de 100 dólares y el costo de producción está indexado, la atención de la salud se convierte en un barril sin fondo, no se mejoró la infraestructura, los recursos y procesos para hacerlos eficientes, sino que se estimuló la demanda y sobredemanda al extremo, a través de un call center centralizado en Quito; al igual que las gestiones médicas y administrativas. Directivos no tienen idea de la población ni del nivel de complejidad de atención, y el médico es simple despachador de pacientes “agendados” cada 15 minutos o menos, según su grado de complacencia (si se lo piden, admite dos en una cuna, en lavacara o cartones), no tiene autonomía de gestión para seguir la evolución del paciente. A los pacientes se los ha convertido en enemigos de los médicos con insinuaciones maliciosas desde lo alto, y los médicos tienen que ser complacientes y valerse de la medicina defensiva para cubrirse, usar y malgastar las tecnologías y recursos médicos como ansiolíticos para calmarlos o tranquilizarlos. Se les duplicó a los médicos las horas de atención y los dejaron sin tiempo para docencia universitaria, se paralizaron los cursos de posgrado y hasta de internado. A futuro, los profesores de Medicina a tiempo completo serán médicos que no han pisado un hospital y nunca han visto un paciente.

Esto es solo una visión general de las dos caras de una misma medalla, con el centrismo que resta la eficacia y eficiencia organizacional que en tiempos de pobreza descentraliza la escasez; y con el milagro se centraliza el reparto de la abundancia, pero cuando el milagro termina, la realidad se paga.

Todavía un pueblo se mantiene a flote porque tiene el blindaje de la dolarización y porque aún supervive la vieja matriz productiva, a pesar del plan de movilidad que pretendió eliminar a Guayaquil como puerto.(O)

Jorge Benigno Falcones Alcívar, médico, Guayaquil