“…en qué secreto día/ que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa/ y singular idea de inventar la alegría?”, se pregunta Jorge Luis Borges en alusión al vino. Tampoco salva mi memoria el día en que por primera vez mi paladar se enfrentó a los rojos fragores de la uva transustanciada. Eso sí fue de muy niño, lo tomábamos rebajado con agua en nuestras sencillas y personales tacitas de plástico de colores. De esta manera nació una amistad que ha superado largo el medio siglo. Esta relación se ennoblecería con las referencias literarias, que empiezan con la mismísima Biblia, en la que se vuelve sangre de Dios, y con la Ilíada de las naves que surcan mares color de vino. En una enciclopedia infantil, ilustrada con chusco dibujo, estaba La cena jocosa, de Baltasar del Alcázar, que ya mozos citaríamos como gran pretexto “Solo una falta le hallo:/ que con la priesa se acaba”.

Juan Ramón Jiménez convertiría a Moguer en meca de mis peregrinaciones, al decir de ella: “fuente de vino que, como la sangre, acude a cada herida suya, sin término”. Más fácil emprendería un viaje o un paseo sin zapatos que sin vino. Así los gallitos de la peña me contemplarían asombrados, en el denso fondo del bosque nublado, compartir el chardonnay con el camarada Fernando. En esta columna ya he narrado la peripecia de mi accidente cardiaco. De resultas de él, entre otras prescripciones, mi cardiólogo me recomendó tomar unas cuatro copas semanales de tinto. Ciertas molestias me llevaron al neurólogo, quien sugirió que tomase también cuatro medidas de la misma bebida, con la misma frecuencia... O sea, estoy autorizado a ocho copas por prescripción médica y no acepto otra interpretación de las recetas.

Y ahora resulta que “por mi bien” el Gobierno impone salvaguardias a muchísimos bienes, entre los cuales el preciado zumo. Dicen que lo hacen para defender la dolarización. Esa no es la razón porque establecen estas exacciones. En esta misma página, personas que sí saben de lo que hablan, como Gabriela Calderón y Pablo Lucio Paredes, han demostrado cómo los países dolarizados mantienen el sistema e incluso crecen, a pesar de tener crónicos déficits en la balanza de pagos. Nuestros “benefactores” hablan públicamente de que los ingresos por los nuevos gravámenes estarán en alrededor de los mil millones, en privado esperan que en realidad sean mil quinientos millones. Esto tampoco servirá para defender la industria nacional, sino para paliar en algo el monstruoso déficit fiscal en el que se metieron por comprar aviones de lujo, traer actrices para que finjan solidaridad, en construir el espantoso edificio de Unasur, en desarrollar el delirante proyecto de Yachay, en guardaespaldas, escoltas, cohortes..., la cara del régimen que más ve un ecuatoriano promedio, fuera de la televisión, es una caravana de vehículos con vidrios oscuros y sirenas, que arremeten contra todo lo que se pone a su paso. Para pagar eso gravaron mi vino, sus repuestos, sus frutas, sus zapatos deportivos...(O)