¿De qué será que, si advertimos la etimología de su nombre, nos quiere defender y proteger Alexis? ¿De qué o de quién se quiere resguardar él mismo al poner sobre el tapete la discusión sobre los límites y los alcances de la sensualidad? La intervención del personaje Alexis, más que una explicación dirigida a otros, es un tipo de confesión que muestra al humano como una entidad incompleta y porosa, como un espécimen desamparado que, sin importar que la posición que ocupe sea muy visible o poco destacada, siempre se encuentra acosado por la falta, la soledad y las inconstancias ideológicas, morales o sexuales.

El drama de Alexis es significativo porque arranca de una verdad inconfesable que nos remite a los secretos que hombres y mujeres guardan sin saber qué hacer con ellos, aunque ese mutismo produzca una angustia que se expresa en la lucha por dominar una sensualidad particular que da vergüenza exhibir porque algunos pueden suponer ilícita. Para justificar su excesivo pudor, que llega a manifestarse en puritanismo, Alexis intenta apartarse de sus represiones y dialogar de frente con Mónica, tratando de revelarse en su mundo de mentiras. Lo paradójico es que cuestiona el placer porque, en el fondo, se sabe arrebatado por él.

Este es uno de los temas que la escritora Marguerite Yourcenar desarrolla en su novela Alexis o El tratado del inútil combate, publicada en 1929. ¿Dónde pone un individuo sus pasiones, sobre todo si son consideradas inconfesables? Para Yourcenar, el drama de Alexis –cómo gozar en plenitud del frenesí corporal, incluso si este es diferente de la norma– será permanente “mientras el mundo de las realidades sensuales siga cuajado de prohibiciones”, esto es, mientras sigamos tratando el placer sexual como un tabú o como si fuese posible regularlo y controlarlo mediante políticas estatales conservadoras.

Al presentar esta obra, Yourcenar afirma que “el problema de la libertad sensual, en todas sus formas, es, en gran parte, un problema de libertad de expresión”. Tantas mentiras se ha contado la pareja Alexis-Mónica que él trata de ensayar, por fin, una “curación en la sinceridad”, reconociendo que “el peor de los engaños es el de la tranquilidad” o que “los fantasmas son invisibles porque los llevamos dentro”. Al final, Alexis se convence de que “todos nos transformaríamos si nos atreviéramos a ser lo que somos” y de que, a pesar de pretender rehacer una vida, “nada cura, ni siquiera la misma curación”.

Nuestro cuerpo es una condición básica para preguntarnos, al mismo tiempo, sobre la plenitud y la dificultad del vivir, pues el deseo se materializa en la carne, lo que asusta a Alexis, para quien “no son nuestros vicios los que nos hacen sufrir, solo sufrimos por no poder resignarnos a ellos”. Dominado por la ilusión de pureza de su catolicismo acartonado, y acechado por las tentaciones interiores, llega a reconocer: “No sé de ningún éxito que no se compre con una semimentira; no sé de ningún auditorio que no nos obligue a omitir o a exagerar alguna cosa”. Este relato de Yourcenar nos fuerza a revisar críticamente los argumentos de Alexis, el personaje. (O)