Siempre ha sido complicado y delicado hablar de religiones porque el creyente –el que profesa una fe religiosa– piensa obviamente que su religión es la mejor y si acaso la única verdadera. No soy un experto en el tema, pero ahora que el terrorismo tiene indignada a la humanidad y esos terroristas se han identificado con el yihadismo y con el autodenominado Estado Islámico, es imposible no relacionar directamente esos actos alienados con sectores fanáticos que les hacen daño a los credos que, por antonomasia y casi sin distinción, proclaman y promueven el amor y la paz, así como en su tiempo la Inquisición fue una estructura social irracional que conmocionó al mundo y que sacrificó a gente inocente.

¿Qué lleva a algunos extremistas religiosos a tal grado de enajenación? ¿Qué o quién alimenta esos odios profundos que ciegan el entendimiento y la razón? El terrorismo que agrede indiscriminadamente a las personas, incluidos niños, ancianos y subcapacitados siempre será criminal. Su fin es producir en la sociedad un miedo muy intenso, terror, destruyendo propiedades y asesinando a gente que no tiene nada que ver con aquello que combaten o pretenden combatir.

Varias de esas acciones execrables han ocurrido en estos días en diferentes puntos del globo con decenas de muertos como consecuencia: turistas en Túnez que disfrutaban de su ocio, muchos de ellos de la tercera edad; devotos en una mezquita en Yemen, ciudadanos comunes en Nigeria, todos víctimas de la insania de desadaptados, en este caso musulmanes, que se sienten complacidos y satisfechos por sus actuaciones salvajes que, en muchas ocasiones, no sé si en las que comento, quedan en la impunidad.

Increíblemente hay gente que cree que se trata de reacciones de sujetos poco formados ante la islamofobia occidental que constituye una especie de exclusión condenada universalmente por las leyes (“nadie podrá ser discriminado por razones de… religión, ideología, condición migratoria”…) y que se expresa en la práctica por la conducta xenófoba de ciudadanos y partidos políticos especialmente europeos. Pero en verdad, ni islamofobia ni islamofilia, nada justifica los perversos actos terroristas.

Toda religión descansa o se soporta en la fe que pertenece de manera individual a quien la ejerce y que no puede ser impugnada por otro por cuanto es algo personalísimo que atañe al fuero interno de cada persona, y desde esa perspectiva nada se puede cuestionar al islamismo, pero sí es posible tratar de explicar, desde lo general hacia lo particular, el comportamiento de un pequeño grupo de sus fieles que no se deriva de la doctrina, a decir de conocidos analistas e historiadores, sino de una desadaptación a la realidad y a la modernidad que proviene, entre otras cosas, de la confusión entre lo religioso y lo mundano, es decir, la inexistencia de una clara separación entre la religión y el Estado, del rechazo a la pluralidad de creencias y de la muy importante y no superada desigualdad entre el hombre y la mujer en sus sociedades.

Siendo el terrorismo que motiva este comentario un tema de orígenes tan profundos que atañe a la conducta grupal de seres humanos unidos por una misma línea de fe, malinterpretada por cierto, tardará mucho en desaparecer, pero la humanidad demanda que por lo menos disminuya la barbarie y que se sancione a los responsables de causar tanto dolor, angustias y sufrimientos. (O)