Jamás llegué a experimentar aquello, pero siempre me pareció que el odio era un sentimiento de autoaniquilación, desgaste absurdo de energía. Si la persona a la que odiamos carece de valor o de importancia, resulta absurdo prestarle tanto interés. Si, en cambio, el sujeto odiado ostenta méritos o tiene éxito, el odio puede derivar de la envidia, todos sabemos que más sufre el odiador que el odiado, el envidioso que el envidiado. No recuerdo quién dijo que el odio era un “principio de destrucción interior y a la vez la incapacidad de amarnos a nosotros mismos”. El sujeto odiado se vuelve como una piedra en el zapato, nos molesta que pueda ser feliz o tenga éxito.

La vida del ser humano, singularmente corta, nos da un tiempo limitado para realizarnos. Si nos enfrascamos en sentimientos de odio, restamos fuerza a nuestro dinamismo personal. Dentro de los mecanismos de defensa conocidos en psiquiatría, el odio aparece como una mezcla de represión, negación, agresión, proyección, desemboca en una especie de rabia que nos impide ser felices mientras no desaparezca el motivo de nuestra hostilidad. Según la teoría freudiana, el odio puede ser parte del narcisismo cuando no soportamos que otras personas alcancen el éxito o la suerte que nos fueron negados. “El odio emerge cuando el yo siente peligrar su grandiosidad”, escribió Freud. Llevado por el odio el yo emprende una auténtica investigación, un análisis exhaustivo de ese a quien está dirigido, de pronto el otro se convierte en el enemigo a quien se dedica la máxima atención. El yo entregado a la destrucción toma nota de todo lo que dice el objeto de aquella hostilidad, el odio proviene de la lucha del yo por conservarse u autoafirmarse. Obviamente, desemboca en masoquismo cuando prestamos un superlativo interés a lo que nos molesta, así como el prurito nos lleva a rascar una llaga. Quien siente hostilidad tiene una total discapacidad intelectual que le impide ser objetivo en sus juicios, desarrolla la inhibición característica del odio reprimido. Odiar a alguien es otorgarle demasiada importancia: aquella frase se volvió proverbio. El odio es un veneno que corrompe el alma de quien lo experimenta, la mayoría de las personas con baja autoestima acostumbra albergar sentimientos de hostilidad. La inseguridad y la sensación de ser inferior a los demás son fuentes de odio hacia los demás. Debemos aprender a canalizar nuestras eventuales inseguridades sin llegar a sentir odio.

Siempre pensé que una de las máximas cualidades que puede ostentar un ser humano (sobre todo en política) es saber reconocer las virtudes o méritos de un adversario. En este sentido, por ejemplo, nadie puede negar las obras positivas realizadas tanto por el presidente Correa como por el alcalde Nebot. Si el odio nos impide ser imparciales, perdemos parte de nuestra supuesta inteligencia. Desde luego, el sentido del humor es la mejor defensa que poseemos para no experimentar sentimientos negativos. Amar y ser amado siempre será más agradable que odiar y ser odiado. Quien ama siempre cosecha satisfacciones, quien odia no logra ser dichoso. Agradezco a la vida por habérmelo enseñado. (O)