Por varios días he leído sobre la negación, su concepto general y su definición psicológica. Hasta me encontré con documentos sobre la negación como estrategia política.

La Real Academia Española define la negación como “acción y efecto de negar. Decir que algo no es verdad”. Según la propuesta de Sigmund Freud, en su Teoría Psicoanalítica, la negación es uno de los mecanismos de defensa del ser humano para enfrentar un conflicto, a través del cual se ignora o rechaza aquella realidad que le resulta indigerible o que de reconocerla le obligaría a tener conciencia de sus emociones. La menor de los hijos de Freud, Anna, extensivamente investigó sobre la negación. Ella la denominó como un mecanismo de la mente inmadura que afecta la capacidad de enfrentar la realidad y aprender de las experiencias. Que las personas maduras pueden experimentar una “negación transitoria” cuando viven situaciones inesperadas como la pérdida de un ser querido o un diagnóstico de una enfermedad como el cáncer.

Ahora, varios expertos coinciden en que hay quienes usan la negación como un tipo de excusa, como una táctica para mentir y distorsionar la verdad. No son personas que están pasando por eventos traumáticos, simplemente no desean asumir sus responsabilidades ante determinadas situaciones. En ese sentido, la negación se ha convertido en un mal generalizado. Por ejemplo, en el plano político, los gobernantes la usan como maniobra de autoengaño para no enfrentar las crisis. Mario Riorda, politólogo argentino, escribe sobre la estrategia de la herramienta de la negación: “Quien gestiona así las crisis suele creer que todavía tiene poder intacto y actúa con la Estrategia del Silencio o con la Estrategia de la Negación (negando todo, mitigando el hecho, o aseverando una acción realizada –fue un éxito–). No hacen otra cosa que generar pérdidas aceleradas de credibilidad…”.

No he parado de pensar en Venezuela, Argentina y Ecuador. Hay un factor común entre esos gobiernos: siempre niegan todo lo malo que pasa en sus países y culpan a otros de sus errores. Es un patrón que siguen para aparentar que todo está bien. Son capaces de decir cualquier cosa para “proteger” su imagen.

“No es inflación, sino un aumento de precios de especuladores”, “no hay delincuencia, es solo una percepción”, “no hay escasez de alimentos”, “no se persiguen personas, sino delitos”, “todo es culpa de nuestros antecesores”, “no me quiero reelegir”, “no hay derrota en elecciones seccionales”, “la marcha fue un total fracaso… no llegaron ni a cinco mil”, “estos no son manifestantes, estos son delincuentes”, “nuestra lucha es contra la  impunidad”. ¿Les suena familiar?

A mí me asusta ver que mienten tan descaradamente, uno se siente como en otra dimensión. Estoy segura de que muchos se preguntan: “¿Hasta dónde va a llegar todo esto?”. Siento vergüenza ajena de tanta barbaridad que dicen sin sonrojarse siquiera. ¿Cómo lo hacen?

Y ¡ojo!, no se equivoquen pensando que algo cambiará. Ellos seguirán negándolo todo, creyendo en sus propias falsedades (menos mal ya los ciudadanos sabemos la verdad). Olvidan que al final todo en la vida regresa a pasarnos factura. Mientras tanto, solo les recuerdo esta frase del escritor y dramaturgo francés Jules Renard: “De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”. (O)