Este es un país con abundante petróleo, diamantes, millonarios que conducen automóviles Porsche e infantes que mueren de hambre. Nuevas cifras de Unicef revelan que esta nación africana en buena situación, aunque corrupta, calificó en el primer lugar mundial en el índice de niños que mueren antes de cumplir los 5 años.

“La mortandad infantil” es una frase estéril, pero lo que significa aquí es niños agostados, desnutridos con extremidades cual varitas, cabello descolorido y piel que se pela. Aquí en Lubango, en el sur de Angola, entré a una clínica y encontré a una madre cargando a un niño pequeño que parecía estar cerca de morir. Estaba inconsciente, sus ojos giraban, tenía la piel fría y presentaba dificultad para respirar, así que conduje a la mamá hasta las abrumadas enfermeras.

Justo en ese momento, a cinco o seis metros de ahí, otra mamá empezó a gritar. Su hijo desnutrido, José, acababa de morir.

Los occidentales a veces creen que la gente en países pobres se acostumbra a la pérdida, que sus corazones encallecen y su dolor se duerme. Nadie que hubiera visto a esa madre al lado de su hijo muerto podría pensar eso; y lamentos como ese son el coro de fondo en Angola. Uno de cada seis niños en este país morirá antes de cumplir cinco años.

Esa es apenas la punta del iceberg de sufrimiento. Debido a la desnutrición generalizada, más de una cuarta parte de los niños angoleños presenta raquitismo o su desarrollo se ve retrasado. Las mujeres tienen un riesgo de uno en 35 a lo largo de la vida de morir durante el parto.

En un hospital de Lubango, conocí a un niño de siete años de edad, Longuti, que peleaba por su vida contra la malaria cerebral. Pesaba 16 kilos. Su madre, Hilaria Elías, quien ya había perdido a dos de sus cuatro hijos, no sabía que los mosquitos causan malaria (paludismo). Cuando Longuti enfermó por primera vez, ella lo llevó a una clínica, pero no había medicina y no le practicaron una prueba para la malaria. Ahora Longuti está tan enfermo que los médicos dicen que incluso si logra sobrevivir, ha sufrido daño neurológico y pudiera tener dificultades para caminar y hablar de nuevo.

Sin embargo, los niños como Longuti que son examinados por un médico son los afortunados. Tan solo entre 40 y 50 por ciento de la población angoleña tiene acceso al sistema de cuidado de salud, destaca el Dr. Samson Agbo, experto de pediatría por Unicef.

Angola es una nación de irritantes contradicciones. El petróleo y los diamantes le confieren una riqueza que es inusual en el África subsahariana, y se ve la riqueza en las joyerías, Champañas y apartamentos de una recámara con un alquiler mensual de 10.000 dólares en la capital, Luanda. Bajo el corrupto y autocrático presidente, José Eduardo dos Santos, quien ha gobernado durante 35 años, miles de millones de dólares fluyen a una pequeña élite, mientras niños mueren de inanición.

Dos Santos, con el petróleo de su nación, extrae cálidos y fuertes vínculos con Estados Unidos y Europa, contrata a una empresa de relaciones públicas para promover su mandato, pero no aplica las medidas más simples para ayudar a su pueblo. Algunos de los países más pobres, como Mauritania y Burkina Faso, fortifican harina con micronutrientes –una de las maneras más baratas con posibilidad de salvar vidas–, pero Dos Santos no ha probado eso. Él invierte casi tres veces más en defensa y seguridad que en salud.

“Los niños mueren porque no hay medicina”, lamentó Alfred Nambua, jefe de una aldea en una comunidad con techos de estaño en un surcado camino de tierra cerca de la ciudad norteña de Malanje. La comunidad no tiene escuela, ni letrina, ni mosquiteros. El única agua potable es un arroyo contaminado a una hora de distancia, caminando.

“Ahora no hay nada”, dijo Nambua, de 73 años de edad, agregando que la vida era mejor antes de la independencia, en 1975. “En el periodo colonial, cuando estuve enfermo, temían que yo muriera y me cuidaron bien”, dijo, y simuló temblar imitando la malaria. “Ahora, cuando enfermo, a nadie le interesa si muero”.

Las estadísticas dicen que la mortandad infantil de Angola, de hecho, está bajando. pero con lentitud dolorosa. “La muerte en este país es normal”, notó el Dr. Bimjimba Norberto, quien administra una clínica en una barriada en las afueras de la capital. A unas pocas puertas más adelante, empezaba un funeral para Denize Angweta, bebé de 10 meses que acababa de morir de malaria.

“Si viviéramos en otro país, yo aún podría seguir jugando con mi hija”, dijo amargamente el padre de Denize, Armondo Matuba. Esto pudiera empeorar. Con la caída de los precios, el gobierno ha propuesto un recorte de un tercio en el presupuesto de salud para este año.

Con frecuencia he criticado a países occidentales por no ser más generosos con la ayuda. Sin embargo, revista la misma importancia que los países sean llamados a rendir cuentas. Es difícil ver por qué países occidentales deberían seguir haciendo donaciones para Angola y, por tanto, dejar que angoleños ricos queden libres mientras conducen autos Porsche.

Hay muchas formas en las que un líder puede matar a su pueblo; y si bien Dos Santos no está cometiendo genocidio, está presidiendo el saqueo sistemático de su estado y abandono de su gente. Debido a esto, mueren 150.000 niños angoleños cada año. Llamemos a Dos Santos a que rinda cuentas y reconozcamos que la corrupción y negligencia extremas pueden ser algo cercano a una atrocidad masiva. (O)

Nuevas cifras de Unicef revelan que esta nación africana (Angola) en buena situación, aunque corrupta, calificó en el primer lugar mundial en el índice de niños que mueren antes de cumplir los 5 años.

© The New York Times 2015