Desde el punto de vista del lenguaje, el cine ecuatoriano es solvente en la construcción de la imagen —incluyendo la fotografía y el arte— y en la construcción del sonido —incluyendo la música—. Sigue siendo deficitario en la construcción dramatúrgica y actoral, lo que denuncia un déficit en dirección.

El déficit dramatúrgico y actoral, claramente perceptible por el espectador, cuyo gusto ha sido educado por el cine dramático hollywoodense, es la causa de la débil relación empática de las películas ecuatorianas con el público, que tiene dificultad en identificarse con el personaje.

La fortaleza visual y sonora del cine local es heredera de la rica tradición plástica y musical de la que gozan las culturas ecuatorianas, incluidas las urbano-mestizas.

No pasa así con el guion, la actuación y la dirección, que para funcionar en el cine deben luchar contra la herencia teatral y actoral todavía vigente en el país; que hace gala de la simulación como su arma principal identificando teatro con falsedad y actuación con mentira. Actor es el que miente, según esta tradición venida de España desde la época colonial.

Y la televisión, que nació en Ecuador cuando todavía no se hacía cine, tomó de ese teatro la simulación, la falsedad y la mentira, de las que se ufana hasta hoy y que siguen influyendo en su público, a contrapelo de la influencia del cine anglo-norteamericano, heredero este de la fortísima tradición de su teatro realista de los siglos XIX y XX, que se apoya en la acción como su arma fundamental que identifica teatro con honestidad y actuación con verdad.(O)

George Coello Andrade, Guayaquil