¿Será que el Gobierno sospecha que muy pronto cordero y león comerán de un mismo plato, sin que el otro desee al uno como menú, tal como pregonan volantes de una secta religiosa de las tantas que nos venden un paraíso ideal donde familia, tradición y propiedad serán la respuesta a todas las dudas?

En lo personal prefiero vivir de realidades concretas: de las 16 chicas que hace siete años ingresaron a un programa de asistencia emocional, proyecto de un grupo de nuevos psicólogos de la universidad pública de Cuenca, 15 de ellas habían sido “motivadas” por sus tutores a formar una familia –la base de la sociedad– como la mejor forma de enfrentar el embarazo que experimentaban a sus 14, 15, 16 y 17 años. Según el informe final, al año siguiente de iniciado el proyecto las 15 señoras sufrían de maltrato físico y emocional, infidelidad, un segundo embarazo, abandono y algunas habían recurrido al divorcio.

La única chica que decidió seguir su embarazo sola enfrentó otro tipo de problemas: las miradas indiscretas de una sociedad pacata que cree que el embarazo adolescente le ocurre solo al otro; un sistema de educación religiosa que negó la matrícula escolar con el argumento de que “acá estudian solamente señoritas”; un vacío en el sector público para recurrir con la larga lista de preguntas y actividades que ayuden a disminuir la incidencia del embarazo precoz…

¿Que era un tema familiar? Sí, por supuesto: un gran porcentaje de niñas-madres provenía de hogares disfuncionales, donde la figura del padre, la madre o de ambos se fue para siempre con la emigración ilegal. Y hoy, cuando el tema del embarazo precoz –somos el segundo país en la región con más altos índices no solo de embarazos adolescentes, sino también de segundos embarazos adolescentes– se lo miraba asociado con otros problemas reales, resulta que el quid del asunto ha sido el hedonismo: el puro placer por el placer.

Así, de un solo decretazo, la política social del Estado en este tema cambió y como estandarte se colocó a la abstinencia como estrategia modelo en lugar de la difusión de información sobre sistemas de prevención. La discusión no es nueva, ya se la planteó cuando en este mismo Gobierno se habló de la libre entrega de preservativos como una de las medidas prácticas, pero de lo poco constructivo que se dijo, todo ha caído en saco roto: pensar que el abordaje principal debe ser la abstinencia es un marcado retroceso en los planes propios de un Estado laico, donde los conceptos y principios morales –incluidas algunas visiones personales y subjetivas– no deben ser manejados como una política de aplicación vertical, impositiva. Sesgada. Prejuiciada.

Hoy, cuando los canales de información nos desbordan, cuando los adolescentes están expuestos a canales directos, desandar y volver a los temas de la abstinencia resulta una ingenuidad tal, como creer que algún día león y cordero comerán juntos.

Si la política estatal ha tomado el camino de los santos, mejor regresemos a esa cómoda venda que nos produce ese hedonista goce de creer que lo que no veo, no ocurre. Que de verdad puede ser un misterio divino.

Amén. (O)