Charlie Hebdo regresó a las calles de París. Irreverente, divertida, punzante, aunque nada frívola, y con mucho que decir entre línea y línea, y entre caricaturas y caricaturas; la revista cuyos editores principales, junto con otras varias personas, fueron asesinados a inicios de este año en manos de la intolerancia del fanatismo, no se ha dejado atemorizar por semejante acto de barbarie. Su actual planta directiva ha desafiado a la censura previa que pretendieron imponerle a sangre y fuego, y al miedo con el que buscaron silenciarla. Es más, la revista tiene dos nuevos caricaturistas. Como le sucede a todos los dictadores que quieren silenciar a la libre expresión del pensamiento, en este caso también les volvió a salir el tiro por la culata.

La portada del nuevo ejemplar ilustra el espíritu que anima ahora al equipo de Charlie Hebdo. En ella aparecen los personajes que son generalmente el blanco de las burlas de la revista –los yihadistas, Sarkozy, Marine Le Pen, el papa, entre otros– persiguiendo a un simpático perrito inofensivo que lleva entre sus dientes un ejemplar de la revista para repartirlo. Pero a diferencia de otras ocasiones, los personajes que persiguen a Charlie Hebdo no tienen rostros humanos, sino los de una jauría de salvajes. Y a un costado se lee: “… c’est reparti!”, es decir, Charlie Hebdo recomienza.

Como señaló un dibujante de Liberation –diario que ha albergado temporalmente a los editores de la revista–, “hace falta que se hable del regreso de ‘Charlie’ pero para decir que ‘Charlie’ vuelve a hacer su trabajo contra la estupidez (…)”. El recomienzo de la revista, y su éxito en términos de ventas, se ha visto acompañado por el visible regreso de Voltaire al escenario editorial francés. Ahora su famoso ensayo sobre la intolerancia ha sido desempolvado de las bibliotecas y las mallas curriculares de los liceos, para ser vendido al gran público por extractos en semanarios y quincenarios que se encuentran en las esquinas de toda Francia.

Parece mentira que en el siglo XXI sea necesario releerlo a Voltaire. A ese extremo hemos llegado. No son pocos quienes en París están asombrados de que a la luz de los últimos acontecimientos haya todavía gobiernos dedicados a perseguir a caricaturistas por el delito de que sus expresiones gráficas y humorísticas no sean del agrado del poder, y a los medios por el delito de publicarlas. Pero lo que más les llama la atención es que haya quienes utilicen al racismo como un le motif para sofocarlos a ambos, al caricaturista y al medio. Solo quienes no han tomado en serio al racismo, y sobre todo a la heroica e inacabable lucha por eliminarlo, pueden aprovecharse de él para utilizarlo frívolamente como un simple instrumento de persecución política. Y de paso usando nada menos que a la semiótica como papel de regalo. (¿Qué dirá Umberto Eco de esto…?). El cuadro es tan grotesco que probablemente solo Voltaire y Charlie Hebdo pueden entenderlo. Por suerte ambos han regresado. (O)