Mi hermana Alicia tiene un talento especial para la decoración, con solo mover dos cuadros, cambiar de lugar una mesa o poner una alfombra, de tal o cual manera, hace que cualquier espacio se vuelva acogedor. Además le fascinan las antigüedades y ella misma las repara, es capaz de curar la polilla, de hacer brillar el bronce viejo y de dar vida a cualquier silla desvencijada. Su casa me encanta, pero no es muy funcional que digamos, cuando nos invita tenemos que poner especial cuidado en donde nos sentamos, qué vemos y qué tocamos. Como yo soy exagerada compulsiva, suelo molestarla diciéndole que en su casa hay sillas de no sentarse, alfombras de no pisar y cuadros de no ver.

Lo que no es exageración es que en este país se editan y publican libros de no vender, por lo tanto de no circular y de no leer.

Hace poco recibí una atenta carta que acompañaba unos hermosos libros de narrativa publicados por la Judicatura, buenos títulos, bien editados, lindas tapas, gran contenido, pero cuando pregunté a quién podía pedirlos para venderlos en mi librería, me respondieron “en eso estamos”.

La semana anterior, en un hermoso evento lleno de música y color, el IEPI presentó, en el auditorio de Ciespal, un libro que recoge la historia de los derechos de autor en el Ecuador, igualmente bien editado y con una importante información, pero cuando pregunté a una querida e inteligente amiga de mis hijas, Paola Orellana, si lo podríamos vender, me contestó “no, Moquita, usted ya sabe como son estas cosas”.

Pero no, no sé cómo son estas cosas. En algún momento alguien me dijo que las ediciones del Estado se hacen con ciertos fondos que en caso de venderlos tendrían problemas con la Contraloría General del Estado. Entonces más bien debería decir que sí sé cómo son, pero que no entiendo. ¿Cuál es el objeto de publicar hermosos libros, de buen contenido, interesantes y no venderlos?

Yo pienso que los proyectos culturales tienen que ser sustentables, de lo contrario morirán de inanición, de poco o nada sirve publicar libros que no circulen, o que solamente se regalen, porque el momento que no haya dinero para repartirlos de forma gratuita, habrá llegado su fin. El canal natural de circulación de los libros son las librerías, para eso existimos, para acercar el libro al lector.

Únicamente he dado dos ejemplos recientes, pero son muchos más los libros de instituciones públicas que están en la mismísima situación, seguramente prisioneros en alguna bodega a la espera de que alguien vaya a rescatarlos; eso no es justo.

Como toda regla tiene su excepción, los bellísimos libros editados por el Dr. Irving Zapater desde el Consejo Nacional de Cultura sí se venden y a precios asequibles. También Patricia Ashton del Ministerio de Patrimonio nos ha entregado las publicaciones de la entidad e igualmente están a la venta.

Ojalá el Ministerio de Cultura se ocupara de liberar a todos los libros, de sacarlos de esa pobre condición de libros de no circular, de no vender y seguramente, de no leer.(O)