Una de las ventajas de vivir en estos tiempos ecuatorianos es que cada día se aprende algo nuevo. Por ejemplo, ahora nos hemos enterado de lo equivocada que estuvo la humanidad al asociar la idea de revolución con la izquierda. Durante más de doscientos años fue una creencia tan enraizada que hablar de izquierda revolucionaria era una redundancia y derecha progresista era una contradicción. Pero, ya que nuestro país está al revés, como guante sacado al apuro, ahora tenemos una derecha revolucionaria y una izquierda contrarrevolucionaria. Esto es así no solamente por la filiación y la trayectoria de quienes ocupan los lugares más importantes en los círculos del poder, sino por lo que se desprende de la opinión de la ciudadanía sobre su propia posición política.

En efecto, la última encuesta de Habitus, realizada a comienzos de febrero en Quito y Guayaquil, demuestra que los votantes de esas ciudades se definen mayoritariamente como de centroderecha. Cuando se les consulta en dónde se ubican, dentro de una escala numérica entre izquierda y derecha, un tercio de ellos (exactamente el 33%) se adscribe a esta última, en tanto que solamente el 23% se reconoce como parte de la primera. El 28% se asume de centro y el 16% no se define o no contesta. Por tanto, un primer dato a tener en cuenta es que el electorado de las dos ciudades más pobladas no es exactamente el que se identifica con el discurso del socialismo de este o de cualquier siglo ni el que corea entusiastamente la música de los setenta.

Unas cifras de mayor importancia para sustentar esa opinión se encuentran al combinar la autoubicación con el apoyo al líder. Así, el 38% de quienes lo apoyan fuertemente (o sea el voto duro correísta) se define como de derecha y solo el 19% de izquierda. Entre quienes lo apoyan tibiamente (el voto blando) también predomina la derecha, con 30%, frente a un 27% que se sitúa en la izquierda. En el otro extremo, quienes manifiestan rechazo por él se dividen casi por igual entre izquierda y derecha (27% y 28%, respectivamente, con el 31% en el centro). Por tanto, en contra de lo que sugiere la intuición y a lo que se podría esperar después de ocho años de atosigamiento publicitario, el votante mayoritario de la revolución correísta en las dos ciudades no es de izquierda.

Si se trata de buscar explicaciones para esta situación paradójica, seguramente aparecerá el crecimiento de las clases medias urbanas, con sus anhelos de estabilidad, afianzamiento y seguridad. La combinación entre la relativa bonanza económica de los últimos años y un gobierno de mano dura encargado de poner orden, respondería perfectamente a esos anhelos que, hay que subrayar, son esencialmente conservadores. Si esta hipótesis es válida, un cambio en las condiciones económicas, como el que estamos viviendo en este momento, podría tener efectos decisivos sobre el comportamiento electoral de estos grupos. Entonces, los integrantes de los círculos de poder se quedarían sin su electorado natural, el de derecha revolucionaria.(O)