Todo parece al alcance de la mano, disponible a la mirada curiosa. Si la prensa impresa –esa a la que el hábito nos ata– nos deja con hambre noticiosa, vamos hacia la inmensidad de la red y allí está la amplia información del acaecer mundial. Y eso solamente en el rubro de “Últimas noticias” que, como dice la pintora argentina Liliana Porter (que ahora estrena en ARCO, de Madrid, en medio de brillantes artistas latinoamericanos) es un título que acoge cualquier cosa.

Basta contrastar la realidad de hace unas pocas décadas con la de hoy en materia de estudios, y más que eso, de transmisión del conocimiento para reparar en la abismal diferencia del mismo acto casi eterno: la apropiación del saber. Va con la condición humana el erguirse e inquirir, el mirar el horizonte y preguntarse por la causa de todo lo que ocurre. Por eso me gusta uno de los significados de la palabra “cultura”, el que encapsula en un término el grandioso poder de la preservación. Somos lo que somos porque venimos encadenados a una serpiente de incontables anillos: lo que pensaron y ejecutaron nuestros antepasados.

Lo cierto es que hoy googleo y brotan de este áleph –punto donde convergen todos los puntos, Savater dixit con penetrante saber borgeano– los datos que busco con dirección fija y los que me salen al azar en el camino (por algo la computadora inauguró el concepto de hipertexto). No nos dejamos engañar por el cariz poco científico de muchas de las informaciones que trae la red, o por la posibilidad de opiniones atrabiliarias y desequilibradas que contiene. Otro ejercicio se pone en marcha frente a la abundancia, el de la criticidad.

¿Lo admitirán así los jóvenes impacientes que acogen lo que les dicen las primeras direcciones ante una consulta? ¿Se tomarán un poco de tiempo los que se divierten con reproducir cadenas y datos a sus amigos, para verificar la autenticidad de sus contenidos? Hay mentiras que llevan años multiplicándose en la red –poemas de Borges, testamento de García Márquez, milagros de santos–, hay bromas de mal gusto, deliberada información errónea como si un mago malévolo se hubiera propuesto confundir al mundo.

Sin embargo, principalmente hay maravillas. A veces me ejercito en el entretenimiento de poner palabras y conceptos distantes y hasta disparatados en la barra de Google, solo para saber qué otras mentes han conectado con esa fracción del pensamiento. Ni qué decir sobre la inútil erudición de tanto fenómeno banal que atrae la atención siempre momentánea y evanescente. Twitter y Facebook son muy elocuentes en cuanto a la inmediatez de un tema y a la voracidad del olvido.

¿Acaso será de lamentar que los seres humanos tengamos vocación e inteligencias situadas? Porque la persona esencial, ese ser que estaba en el eje del universo y sobre quien meditó Leonardo Da Vinci no existe en la realidad. Cada uno va en pos de su preferencia, de su parcela de desempeño, de su núcleo de habilidad. Jamás voy a conocer los entretejidos de la física cuántica, ni cómo con operaciones matemáticas se llegó al diseño de las computadoras, ni qué le pasa a una célula para que todo un cerebro se enferme de alzhéimer.

Entonces experimento la tristeza del no saber. (O)