Bajo el criterio de que sus palabras son en ocasiones imprudentes, se ha endilgado en los últimos días al papa Francisco una supuesta ligereza al tenor de un correo dirigido a un legislador argentino, en el cual, ante la preocupación del avance del narcotráfico en Argentina, señalaba la necesidad de “evitar la mexicanización” de su país natal, agregando que en México “la cosa es de terror”. Inevitablemente, algunos mexicanos se sintieron impactados y aún dolidos ante dicha aseveración, sin embargo de lo cual las voces más claras de la opinión mexicana no tardaron en aceptar que lo que dijo el papa “no es un insulto, sino una descripción”.

En realidad, el papa lo que ha sugerido es la realidad de un país sujeto a una violencia incontrolable, producto del narcotráfico y del crimen organizado, ante la inercia continua del Estado mexicano en el combate de tales males. Como señala José Gil en un análisis, “corrupción, impunidad e injusticia son tres de los principales elementos que los gobiernos del PAN, PRI y PRD, esencialmente, han dejado que aceiten la maquinaria política mexicana, con lo que han permitido el crecimiento y evolución del narcotráfico hasta convertirse en crimen organizado, y gobierno en algunas regiones del país”. Precisamente quizás el riesgo radique en que al hablar de “mexicanización” estamos reduciendo el problema del país azteca a un tema de narcoviolencia, cuando en realidad sus raíces son muy variadas, y están ligadas de una u otra manera al proceso político hegemónico y autoritario que rigió por décadas su destino.

Otro escritor, Jorge Zepeda, quien ganó el año pasado el prestigioso premio literario Planeta, alude a una paradoja, ahora revertida: hace algunos años se mencionaba en México el peligro de la “colombianización”, ante el aparecimiento de capos locales, aprendices de Pablo Escobar. Por nuestra parte, no debemos olvidar cuando hace pocos años se hablaba de la “ecuatorianización” de la política, cada vez que se pretendía describir un proceso político caracterizado por la falta de gobernabilidad, la inestabilidad y la facilidad con la que se relevaba a los gobernantes; ese calificativo, en realidad, no constituía un estigma sino una descripción de los atormentados años que tuvo que soportar nuestra democracia a raíz del derrocamiento de Abdalá Bucaram.

Pero quizás la hipérbole mejor acuñada es aquella que se refiere a la “venezuelización” de un Estado, al referirse a la posibilidad de que un país caiga en la taimada desventura que significa caer en manos de tan patético, autoritario y atontado gobernante. Quizás me equivoque, pero en el caso venezolano ninguna hipérbole sirve realmente, ya que en ese caso la realidad desborda cualquier figura que se utilice para describirla. O quizás se trate de eso, que en el fondo ninguna hipérbole, “mexicanización”, “venezuelización”, sirve cuando se trata de exagerar lo que realmente puede llegar a soportar un pueblo. (O)